Con un taza de café caliente en mi mano, junto a la ventana, imagino a mi pelirrojo mirando por la suya. Los ojos entrecerrados, somnolientos. Con un pútrido aliento resacoso y casi una lágrima cayendo por su rostro al comprobar que la ventana situada frente a la suya simplemente no existe. Es un muro. Un muro de repugnante ladrillo rojo. Lo único que le había hecho disfrutar de su último sueño no había sido más que eso, un etílico sueño. Por otra parte, igual la historia hubiera dañado alguna que otra sensibilidad fácilmente excitable.
Y ahora que hago con él. ¿Dónde le mando? En ese estado tan lamentable incluso a mi me da pena obligarle a moverse, a arrastrarse hasta la calle. Así que tendré que ser yo el que se mueva. Lo mismo me acerco a la tienda donde compré el móvil a ver si alguien es capaz de explicarme eso de la realidad aumentada que se puede tener en un programa. Aunque casi me pica más la curiosidad por saber cómo se puede aumentar la realidad y que siga siendo real. Será que no entiendo mucho de tecnología y me despistan los palabros, o que siempre me preocuparon un carajo todos los bites del universo.
Después de perder un par de horas en la tienda sigo en las mismas. Sigo sin entender que es eso de la realidad aumentada, pero mis nuevos auriculares suenan muy bien, ahora ya puedo escuchar la música de mi teléfono vaya donde vaya, incluso me han dicho que puedo escuchar programas de radio, creo que la rubia de prominentes, y operados, labios los ha llamado podcas o algo así, tendré que buscar dónde se pueden conseguir. A lo peor encuentro alguno que me guste.