miércoles, 24 de febrero de 2010

Bites y "podcas"

Con un taza de café caliente en mi mano, junto a la ventana, imagino a mi pelirrojo mirando por la suya. Los ojos entrecerrados, somnolientos. Con un pútrido aliento resacoso y casi una lágrima cayendo por su rostro al comprobar que la ventana situada frente a la suya simplemente no existe. Es un muro. Un muro de repugnante ladrillo rojo. Lo único que le había hecho disfrutar de su último sueño no había sido más que eso, un etílico sueño. Por otra parte, igual la historia hubiera dañado alguna que otra sensibilidad fácilmente excitable.

Y ahora que hago con él. ¿Dónde le mando? En ese estado tan lamentable incluso a mi me da pena obligarle a moverse, a arrastrarse hasta la calle. Así que tendré que ser yo el que se mueva. Lo mismo me acerco a la tienda donde compré el móvil a ver si alguien es capaz de explicarme eso de la realidad aumentada que se puede tener en un programa. Aunque casi me pica más la curiosidad por saber cómo se puede aumentar la realidad y que siga siendo real. Será que no entiendo mucho de tecnología y me despistan los palabros, o que siempre me preocuparon un carajo todos los bites del universo.

Después de perder un par de horas en la tienda sigo en las mismas. Sigo sin entender que es eso de la realidad aumentada, pero mis nuevos auriculares suenan muy bien, ahora ya puedo escuchar la música de mi teléfono vaya donde vaya, incluso me han dicho que puedo escuchar programas de radio, creo que la rubia de prominentes, y operados, labios los ha llamado podcas o algo así, tendré que buscar dónde se pueden conseguir. A lo peor encuentro alguno que me guste.

jueves, 11 de febrero de 2010

La mirada indiscreta

Mi pelirrojo personaje aún anda sin moverse hoy. No ha conseguido levantarse de la cama. Anoche pasó alguna que otra hora taciturna entre trago y trago de bar en bar echándose al colate todo el ron que caía en sus manos y pudo pagar con su maltrecha tarjeta de crédito. Al llegar a casa abrió la ventana con la intención de sacar por ella su cara a ver si el fresco de la noche conseguía llevarse alguna de las nubes que nublaban su pensamiento. Levantó la persiana. Agarró tras varios intentos la manija y tiro de ella abriendo la ventana de par en par. Dejó durante un rato que la brisa nocturna le pegase en la cara de lleno, con sus ojos cerrados, mientras un leve bamboleo le trasladaba a la cubierta de algún imaginario barco. Volvió a recuperar la vista posándola en la única luz encendida del edificio de enfrente. Una hermosa silueta desnuda recorría la estancia. Y aunque no tenía muy claro si era sólo fruto de su imaginación o no, su cuerpo reaccionó de la manera más real posible. Aquel cuerpo voluptuoso se movía sin parar, desnudo, terso y firme. Una y otra vez pasaba frente a la ventana dejando que la luz dibujase sombras deformes sobre su piel. Poco a poco iba amontonando ropa en una especie de butaca, una falda, una blusa blanca. Y se paró. Ese cuerpo desnudo paró como si quisiera que le observasen. La larga línea de la espalda dibujaba un torso perfecto de curvas imparables en las que se perdía su mente una y otra vez. Y con calma levantó una pierna mientras comenzaba a colocar en ella una media que parecía no tener fin. Después vino la otra, dejando que una corta melena rozase sus hombros. Tras las medias vino la falda. Corta, negra y en apariencia suave, como no iba a serlo. Las piernas fueron entrando despacio por ella firmemente guiadas por unas ágiles manos blancas, casi pálidas. Girando su cuerpo sobre si mismo recogió la blusa. Blanca, impoluta. De cara a la ventana se la coloco sobre su torso. Parecía una segunda piel. Con la luz llegándole desde su espalda la blusa se transparentaba dejando entrever un bonito y pequeño pecho que a pesar de ya haber disfrutado de su desnudez, resultaba más sensual si cabe. Y aquí parecía acabar la función. Pero se detuvo de nuevo. Algo había olvidado recoger. Se agacho de nuevo. Que culo, por dios. Y al levantarse en su mano apareció el brillo metálico de un cuchillo. Era enorme en sus manos. Lo dejó sobre un mueble y desapareció de su vista, pero ese tiempo le supuso un doble disparo sobre su etílica mente. Uno por el impacto del cuchillo. Otro por darse cuenta de cuanto le había excitado el suceso, el cuchillo, como una asesina fría e implacable que pudiese acabar con su vida de mil maneras distintas. Retrocedió hasta el sofá y se dejó caer sobre él con la seguridad de no poder recordar al día siguiente si aquello fue real o simplemente un sueño provocado por los vapores alcohólicos del buen ron dominicano. Al menos había podido disfrutar de ello. Más de lo que conseguía en su diaria sobriedad.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Sobre mi propio blog

No me sorprende pero me resulta curioso ver como evolucionan las entradas de mi blog, donde entra la gente más veces, que leen más y es curioso como te puedes desgañitar intentando que se te oiga hablando sobre mil cosas diferentes, pero lo cierto es que a la gente le interesa lo más básico, como a mi. Hablo de la comida, la gastronomía, las recetillas de la abuela de toda la vida. Las entradas más leídas son esas, las que hablan de comida, ya sea en el cine, ya sea en las fiestas paganas y en concreto la más leída es la de los huesos de santo. Pues nada, será cuestión de seguir con el tema, total, a mi me encanta de todas formas y me parece menos aburrido que la política y sus alrededores, así que teniéndolo en cuenta me voy a permitir el lujo de recomendar un blog, si es que alguien lee esto claro, que seguro más de uno conoce y seguro que antes que yo, es el blog de falsarius chef y su cocina para impostores http://cocinaparaimpostores.blogspot.com/ un blog divertido y diferente aunque hable de comida y sus cosillas. Muy recomendable.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Miedo y asco en Alcalá

Escribo estas palabras, sin pensarlas demasiado, desde la más profunda tristeza e indignación. Es de todos sabido el pensar político de Alcalá de Henares, mi ciudad, pero encontrarte a las 8 de la mañana de un jueves cualquiera con según que noticias... no hay palabras. No encuentro la manera en que alguien que dice hablar de igualdad entre seres humanos (a pesar de pedir que los matrimonios no puedan celebrarse teniendo en cuenta únicamente los sentimientos de las personas) preside según que actos. Pero en fin, no quiero alargarme demasiado, no merece la pena gastar pensamientos con semejantes personajes, pero me parece muy lamentable que siga existiendo gente así y que se siga permitiendo bajo el amparo de no se que libertades ciertas expresiones y manifestaciones contrarias a esas mismas libertades que les amparan. Ya se que todo esto resulta muy ambiguo, pero el que quiera leer la noticia prefiero que lo haga diréctamente y no a través de este texto.
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/12/02/madrid/1259775563.html
http://www.20minutos.es/noticia/579942/0/obispo/alcala/franquista/
http://www.elpais.com/articulo/madrid/obispo/bandera/franquista/elpepuespmad/20091203elpmad_1/Tes
http://www.cadenaser.com/sociedad/articulo/obispo-alcala-oficio-misa-pasado-domingo-junto-bandera-franquista/csrcsrpor/20091202csrcsrsoc_10/Tes
He intentado encontrar la noticia en la cadena cope pero no he sido capaz, si alguien la encuentra que cuelgue el enlace.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El móvil

Pelirrojo, tuerto, amable… ¿cómo le defino?, ¿cómo encuentro un personaje si ni siquiera se qué contar ni cómo empezar? Creo que mejor encenderé la televisión a ver si encuentro alguna idea aprovechable entre toda la programación. Uno, dos, diez canales… y en todos publicidad. Será casualidad. Claro que también se acerca la navidad de la crisis y algo tienen que intentar vender, pero me produce un sopor que no me deja más opción que irme a intentar dormir. Si, creo que pelirrojo será la opción final.

Por fin he conseguido despegar las sábanas de mi cuerpo. Y mientras cumplo con los rituales de la mañana una idea se me viene a la cabeza. Creo que quiero un móvil. Si. Uno de esos con los que conectarse a Internet y poder leer la prensa diaria, que si fuese semanal tampoco se notaría mucho y si me apuras, incluso si fuese anual se aprovecharían mejor los árboles con los que producen sus páginas. Tampoco estaría mal que tuviese navegador, podría saber en todo momento donde me ando cuando paseo por la ciudad tan absorto en mi pensamiento que, de vez en cuando, no se ni donde he ido a parar. Ya borbotea mi café en la cafetera y su aroma inunda mi casa. Lástima no tener una de esas de los bares que dejan sacar la espumita de la leche que deja manchados los bigotes tras el primer sorbo, me pregunto cómo estaría ese tal Clooney si se dejase bigote para sus anuncios de la máquina esa.

Con mis nuevos pantalones, bien planchados, sin las arrugas que le dejó el infame doblez con que la simpática señorita de la tienda del centro comercial, los metió en la bolsa, salgo a la calle sin poder evitar que mi vecina, la del quinto, me mire de arriba abajo cuando me cruzo con ella en el descansillo – buenos días doña Julia – a saber que estará pensando pero por ceño fruncido creo que no me tiene en mucha estima. Creo que mejor será moreno. Si. Será más fácil que los lectores se identifiquen con alguien moreno que con alguien pelirrojo, al fin y al cabo, vivimos donde vivimos.

Con un rumbo definido esta vez, me dirijo en busca de una tienda donde comprar el móvil de mis sueños, o de mis vigilias. Claro que tampoco se muy bien donde ir, nunca antes he tenido móvil.

En menos de cinco minutos, un cartel azul con letras enormes me deja claro que allí podré encontrar lo que busco, y tras ser atendido por una quinceañera de piercing y tattoo en el cuello, salgo de allí con un cacharro que hace de todo. Me dice las canciones que suenan en la radio o en los bares, puedo leer los periódicos, saber el tiempo que va a hacer sólo tocando la pantallita, ¡puedo incluso hacer fotos por la calle mientras camino! Ah si, y llamar. Vuelvo a mi casa tan concentrado en mi juguete nuevo que si alguien me ha saludado al pasar debe estar pensando que soy el tipo más borde de la ciudad. Ya en casa enciendo la radio, a ver si es verdad que esto reconoce lo que suena. Y lo que suena es un tema de esos de música negra, pulso en la pantalla… “all night long”, pues si que funciona. Después de un rato, unas cuantas emisoras y canciones me convenzo a mi mismo de que si funciona el invento. ¡Ya podré saber de quién son las canciones que más me gusten mientras las escucho!

Ya ha pasado una semana desde que compré mi móvil. Me sigue divirtiendo eso de saber las canciones que suenan y saber si podré asomarme a la ventana a contemplar la calle vacía mientras llueve… o no. Y ya tengo profesión para mi personaje. Informático. Un moreno informático que vivirá en un loft en el centro de una gran ciudad y que se divierta en los pubs de moda y coma con gente vip todos los días mientras programa webs para BMW, Mercedes y Coca Cola. Lo que no se es cómo suena mi móvil cuando alguien me llama. Aún no he tenido ninguna llamada, todo llegará.

Ya son dos las semanas que han pasado desde que compré el móvil. Y no se, algo raro pasa porque hoy estaba escuchando un programa, carne cruda creo que se llamaba, aunque me parece un nombre un poco raro para un programa de radio, y una de las canciones que sonaba me gustó, pero no pude saber quién la canta, el cacharro este me decía una y otra vez que no reconocía eso. Será casualidad. Menos mal que en la web de la emisora si ponían el grupo que era. Y si, resulta que el nombre del programa es carne cruda, me pregunto a quién se le habrá ocurrido el nombrecito. Así que decido bajar a buscar el disco. Pulso mis botoncitos, pongo en el buscador “tienda de música” junto al nombre de mi calle y no tardo mucho en encontrar una cercana. Ya en la calle dejo que el navegador me lleve hasta la tienda. Cerrada. A cal y canto. Las ventanas tapiadas con maderas llenas de pintadas de graffiti. No me queda otra que ir al Corte Inglés. Ese no cierra. Le pregunto a la dependienta por el grupo en cuestión… no lo conoce, ni le suena de nada. Busca en su ordenador mientras pienso que es un poco raro que trabajando en una tienda de música de El Corte Inglés no conozco un grupo que suena en la radio. ES lo que tiene contratar gente tan joven para estas cosas, supongo. La chica me mira muy seria para decirme que en el ordenador tampoco le sale nada con ese nombre, que igual me he equivocado. Con un grado más en mi enfadómetro, le pongo la página en que lo encontré – lo ves, no estoy equivocado, vosotros sois los que no sabéis de música.

Tres semanas. Mi moreno informático no tiene nombre aún y ya le han echado del trabajo. He decidido que lo de las páginas web igual suena un poco pedante. Mejor que sea el dueño de una tienda de ordenadores en el centro. No le va mal tampoco, hay mucha oficina alrededor y mucho yuppie necesitado de portátil último modelo al que cobrárselo bien cobrado. Ahora vive en un pequeño ático cerca de su tienda y se bebe sus cervezas en el bar de Paco, el de toda la vida, ese que han restaurado hace poco y han convertido en un gastrobar de moda con pintxos de todas clases a 2 euros cada uno. Y está lleno todos los sábados y domingos.
Mi móvil aún no ha sonado. La mitad de las canciones que escucho sigo sin saber quién las canta. Y la mitad de las veces me mojo cuando me dice que va a hacer sol y parezco medio tonto mirando por la ventana con un chocolate caliente mientras la gente va por la calle en manga corta. Voy a encender la televisión de nuevo, al menos se que, lo que estoy viendo, es lo que hay suelto por el mundo.

Tres horas y un placentero sueñecito después me dirijo a mi cama mientras me asalta una duda… ¿porqué decidí comprar el móvil aquel día?

jueves, 29 de octubre de 2009

Comer Amargo

Desde hace un año estoy pensando en cómo hacer esta entrada. En cómo podría describir, contar, narrar, ponedle el nombre que queráis a todo lo que he visto y sentido durante este tiempo. Me refiero al Taichi, como no, diréis más de uno y de una. Pero es verdad, son tantas las sensaciones que se van acumulando que es muy difícil conseguir encontrar las palabras necesarias para describirlas fielmente. Al final la conclusión a la que he llegado es que es imposible. Ya lo dice el propio Tao, el camino, aquel que hable sobre ello no sabe lo que es. Y la explicación es muy sencilla. Nadie puedo explicarlo porque es diferente para cada uno. Cada persona experimenta su propio Tao, su propio camino, sus propias sensaciones y sentimientos hacia todo lo que le rodea.

Alguno se preguntará qué tiene que ver entonces el título de todo esto, comer amargo. Un antiguo maestro explicaba así la práctica del Taichi a sus futuros alumnos, refiriéndose a que todo aquel que empieza su aprendizaje debe sufrir y conocer el sufrimiento con la practica para poder alcanzar un mayor conocimiento tanto del arte marcial en si, como de si mismo y todo lo que conllevan ambas cosas. Esto que parece tan volátil también su sencilla explicación física. Las piernas duelen como un demonio cuando empiezas a practicar a poquito que te lo tomes en serio. La postura básica tanto para el taichi chi kung como para el taichi chuan, las dos partes principales del taichi, incluye tener los pies separados a la distancia de los hombros, flexionar las rodillas (la parte dura del asunto), movilizar la cadera para dejar el sacro escondido y de paso hacer que toda la columna vertebral quede perfectamente alineada finalizando con un leve estiramiento del cuello metiendo la barbilla hacia adentro para que la parte más alta también quede recta, como el resto. Probad a permanecer así durante unos minutos y después tratad de imaginad a los sufridos aprendices de entonces a los que se les tenía, a veces incluso durante varios años, en esta postura durante años sólo para comprobar si su persistencia era lo suficientemente fuerte para hacerse merecedora de las enseñanzas del maestro. Esto ahora ha cambiado mucho, evidentemente, pero aún así, esta postura es la que se debe utilizar durante las clases y durante la práctica diaria personal si se quiere hacer correctamente, y no es fácil. Pero esta amargura se endulza de papila en papila. Las piernas se endurecen, el equilibrio aparece y mejora día a día, va desapareciendo el cansancio, el estrés de la vida diaria, aumenta la concentración, se tonifican los músculos y con el paso del tiempo mejoran los órganos internos, los tendones, los ligamentos, los músculos. Si ya se que resulta muy difícil de creer, pero el que no lo crea lo tiene sencillo, que lo pruebe.

No hace mucho, un profesor me dijo que todos los que practicamos taichi tenemos algo que necesitamos mejorar a nivel personal, y posiblemente tiene mucha razón. Quizá por eso se crea ese ambiente tan diferente cuando nos juntamos unos cuantos alumnos y profesores. Se tiene la sensación de estar en familia, se tiene la sensación de que todo el mundo te entiende, se tiene la sensación de que todo el mundo está dispuesto a ayudarte si lo necesitas de forma completamente desinteresada. No hay juicios ni prejuicios, hay una total libertad para expresar los sentimientos y pensamientos según se crea necesario. Los “escudos” personales se hacen completamente innecesarios en este entorno con lo que todo tú aflora al exterior sin tapujos dejando a la vista de todos todo lo bueno y lo malo que uno lleva dentro. Aparentemente esto puede llegar a asustar, y lo hace, pero también te coloca delante de un espejo en el que mirarte a ti mismo. Un espejo que no tiene nada de mágico pero si te dice quién es la más guapa del reino y de paso también la más fea, la más avariciosa, la más vengativa, la más vergonzosa y la más amable. Sobre todo si alguna de ellas eres tú mismo y esa es la mejor manera de ser consciente de todo lo que necesita un cambio. Se dice que un alcohólico no deja de serlo hasta que no es consciente de que lo es y puede pedir ayuda. Pues aquí muchas veces no eres consciente de tus problemas ni has pedido ayuda, pero cómo negar lo evidente. Todos necesitamos cambiar partes de nosotros mismos aunque la mayoría de las veces ni siquiera seamos conscientes de ello y podríamos dejar este mundo sin saberlo nunca, aunque los que nos rodean lo supiesen perfectamente. Pero ¿porqué no ser mejor?. Y no digo mejor que los demás, sólo mejor. Mejor persona, mejor hombre o mejor mujer, mejor padre o hijo o hermano o amigo. ¿Porqué no?

Todo eso me ha traído la practica del taichi amen de conocer a bellísimas personas de las que sigo aprendiendo todos y cada uno de los minutos que paso a su lado, y no digo que sean los únicos de los que aprendo, que no lo son, pero quizá me hayan enseñado partes de mi mismo que el resto de los que me conocen tenían escondidas o aceptadas y no hacían que pudiese verlas. ¿Y todo esto gracias al taichi? Pues supongo que en parte si y en parte no. Supongo que ya andaba yo un poco borracho cuando decidí bajar a recibir mi primera clase.

miércoles, 22 de julio de 2009

Día 20. La caminata y las dollys.

Ya es viernes... en otras ocasiones estaríamos contentos, pero esta vez sólo significa que nos quedan dos días para marcharnos de Japón. Salimos sin prisa hacia los puestos de Asakusa de nuevo a terminar de hacer compras y después hacia el parque Hueno de nuevo. Los cerezos están ya perdiendo las flores pero el parque sigue estando repleto de gente. Tras una vuelta por el parque cogemos camino hacia el barrio de la electrónica, Akihabara, de paso a ver si podemos sacar alguna foto de las "dollys". Al final conseguimos incluso hablar con una de ellas que habla un poquito de español y nos cuenta como funcionan los bares para "caballeros" donde ellas trabajan. Sonará machista, y lo será, pero ellas están contentas con su trabajo, es sencillo, no es peligroso... lo único que tienen que hacer es comportarse como esclavitas para los clientes, su café señor, su azúcar, espere que se lo remuevo... todo eso de rodillas claro.

Sin rumbo fijo decidimos caminar hasta que nos cansemos y al final acabamos atravesando medio Tokyo. Llegamos hasta Shimbasi y de ahí a Tsukiji. Y en ese punto decidimos coger un metro hasta Hueno y de nuevo caminar hasta el hotel, tranquilamente. Un día menos.

miércoles, 15 de julio de 2009

Día 19. Tokyo y el madrugón.

Otro madrugón más. Y van dos seguidos. Seguimos con ganas de ver el mercado de Tsukiji, al menos el que viste y calza, así que… no queda otra. Aún así cuando llegamos ya han terminado las subastas de atún rojo, una lástima. Pero mira, nos hemos vuelto a encontrar a unos italianos con los que compartimos un ratillo en la tienda de los dragones pintados de Nikko, también es casualidad con la de guiris que tienen que andar circulando por Japón. De todas maneras, con subasta o sin ella, el mercado es una visita más que recomendable. Es impresionante ver cómo mueven mercancía constantemente de un lado para otro como si todo el mundo fuese sobre raíles prefijados a una velocidad tremenda transportando además todo tipo de pescados y mariscos. Pero casi es más curioso ver cómo los venden, las cajas en las que están, como unas de anguilas medio vivas pero desangrándose poco a poco que nos encontramos por casualidad. Tampoco es desdeñable ver como van cortando en trozos más manejables los enormes atunes rojos que llegan congelados al mercado, la mayoría, por cierto desde nuestro metieran. ¡El 80% de los atunes de hecho provienen de los barcos atuneros españoles que faenan en el mediterráneo! Por si acaso a alguno que lea esto quiere ir o tiene pensado ir… dos cosillas… ¡no os pongáis chanclas ni pantalones que arrastren o acabareis con un estupendo olor a pescado en vuestro pies! Os lo digo por experiencia.

Al salir del mercado, no podía ser de otra manera, apetece comer pescadito. Crudo, claro. Así que volvemos al mismo sitio que la primera vez, volvemos a escuchar a los cocineros saludarnos y darnos la bienvenida con un estupendo grito. Y decidimos seguir probando más cosillas, lo mejor sin duda, el “toro”. No he probado bocado más exquisito en mi vida, y ya llevo unos pocos años encima.

Tampoco tenemos mucho más pensado para hoy, más que andar por todos los barrios que podamos y seguir empapándonos todo lo que podamos de Tokyo, sus calles y sus gentes. Así que decidimos buscar una librería donde poder comprar un diccionario de japones-español. Paramos a un chaval en bici, le preguntamos si entiende inglés… un poco nos dice. Menos mal que era un poco, ¡nos costaba seguirle en sus explicaciones! Pero nos indicó perfectamente como llegar hasta la librería más cercana. Aunque no encontramos lo que buscábamos. Seguimos haciendo caso a nuestro guía y nos dirigimos a otra de las calles que nos indicó. Volvemos a preguntar, a un hombre con pinta de ejecutivo. No solo nos explica como llegar sino que, cómo no era del barrio, el se ocupa de irse, preguntar vete a saber a quién, volver donde nos había dicho que le esperásemos, llevarnos “de la manita” hasta un centro comercial, subirnos hasta la segunda planta, para acabar diciéndonos… -esa chica de allí habla inglés por si tenéis que preguntar algo, y en aquella estantería están los diccionarios-, pocas gracias le dimos la verdad.

Y el resto del día, andando. Atravesamos Shinjuku, Asakasa, Ropongi Hills (copia de la torre Eiffel incluida) hasta un parque donde nos encontramos con una pareja. Un inglés que había trabajado en Francia y España y una japonesa que había vivido en Australia, lo más normal por allí. La conversación estuvo muy divertida… para mi, el resto andaban descansando en un banquito del parque.

Seguimos andando sin rumbo fijo, pero cuando vimos un cartel… desde donde estábamos hasta el barrio en el que había empezado a andar… por la tarde… ¡9 kilómetros! Metro y al barrio, jeje. No sin antes encontrarnos con una extranjera que andaba buscando a otros extranjeros y no sabía muy bien como encontrarlos.

Aprovechamos para comprar las mochilas que vimos el día anterior para meter los regalos. No nos cabe todo ni de casualidad. Ya veremos cómo lo hacemos.

miércoles, 10 de junio de 2009

Día 18. Tokyo

Hoy si que toca madrugón, queremos ir a Tsukiji, el mercado de pescado más grande del mundo, y claro, como no lleguemos prontito no vemos nada de nada. Así que a las 7 de la mañana ya hemos cogido dos metros y nos hemos dado una buena pateada hasta el mercado... para nada. Resulta que no se nos ocurrió mirar que día cerraba y como no podía ser de otra manera pues tenía que ser hoy.
Así que ya sin prisas pensamos en desayunar, y como la tristeza levanta el hambre... ¡un tazón de soba con tempura muy rico! Un rato después, ya con otra sonrisa en la cara, jeje, pensamos en andar hacia algún barrio, nos dirigimos a Shinjuku, al parque Yoyogi y el santuario Meiji, uno de los santarios shintoistas más importantes de todo Tokyo y que más devoción despierta entre los japoneses.

El parque es bastante grande, con altos árboles y avenidas. Tras atravesar un par de toris gigantes, llegamos al santuario. Están celebrando una ceremonia en la que podemos ver a algunos monjes al fondo, pero no podemos acercarnos demasiado, el paso está cortado. Entre foto y foto, sin darnos cuenta, otro monje se acercó a un gigantesco tambor y comenzó otra ceremonia más. Salí corriendo para ver si conseguía hacer fotos, pero no es que hayan quedado muy bien. Al menos pude observar esta ceremonia más de cerca.

Salimos del parque, casi sin rumbo, pensando en encontrar la zona de los grandes rascacielos de Tokyo, incluyendo su ayuntamiento, al que en teoría podríamos subir a una de sus plantas y ver las vistas de la ciudad desde allí. Pues efectivamente, tienen un sistema de visitas gratuitas para que todo el que quiera pueda subir a la planta 42 donde hay dos miradores (uno en cada torre) y desde los que se ve la ciudad entera, dicen que si hace buen día incluso se ve el Fujisan, pero tanta suerte no ibamos a tener. Aún así merece la pena, es la mejor manera de ver lo gigante que es la ciudad.

Bajamos del edificio y seguimos caminando en dirección a uno de los parques, enorme, 200 yenes eso sí, pero merece la pena y mucho. Está lleno de cerezos en flor, la gente bajo ellos comiendo y bebiendo, paseando entre los laguitos, los niños jugando al beisbol... igual alguno piensa que es una chorrada, pero ponerte a descansar bajo la sombra de un cerezo, con ese panorama delante mientras los pétalos caen sobre uno como una interminable lluvia... es de las cosas más relajantes y bonitas que he visto hasta la fecha.

Recorremos el parque entero sin dejar de hacer fotos y al salir nos dirigimos al metro, de nuevo hemos pensado acabar la tarde en el mercado de Asakusa, más compras, ¡¡qué derroche!! No se donde vamos a meter todo lo que estamos comprando. Menos mal que la duda queda resuelta al volver al barrio, San'Ya, donde encontramos abiertas algunas tiendas más que de costumbre, y en una de ellas venden unas bolsas de deporte baratísimas que tienen pinta de caber en los maleteros de los aviones, ya veremos, tendremos que medir por si acaso. Mañana compraremos un metro... y a meter cositas.

martes, 2 de junio de 2009

Sushi y Kabuki

Un nuevo día en Tokyo. Ya no tenemos más el Japan Rail Pass, así que a partir de ahora nos toca pagar por cualquier tren o metro que cojamos. Hoy decidimos ir a ver los jardines imperiales, el recinto completo donde se encuentra la actual residencia del emperador de Japón. Al bajarnos en la parada más cercana nos pasa como siempre, nos llaman más los callejones, más oscuros, con trabajadores de tiendas y restaurantes de un lado a otro, que las calles principales llenas de carteles luminosos y gente trajeada. Pasamos por un oscuro callejón bajo las vías del metro donde apenas hay un par de restaurantes, pero a estas horas ya huele que alimenta. Están preparando teriyakis y caldo de pollo para los fideos... que hambre te levanta, jeje. Y llegamos a los jardines. Cientos de árboles con forma de bonsái, la estatua de un famoso samurai y efectivamente, la residencia del emperador. Tampoco es que se vea mucho más. Hay otro jardín más, metido en el antiguo recinto, rodeado de agua y muralla que no está mal del todo, algún cerezo, una excursión de agentes turísticos, todas chicas, con las que acabamos haciéndonos un par de fotos, y poco más. Un poco escaso, pero bueno.

Al terminar de ver los jardines decidimos ir hacia el mercado de pescado, Tsukiji, andandito por Shibuya. En dirección al mercado se encuentra el Kabuki-za, el teatro de Kabuki permanente y preparado por si algún guiri quiere ver alguna obra, te permiten entrar a un sólo acto. Así que aprovechamos, era una de esas cosas que quería hacer desde el principio, así que un acto es un acto. Y no fue algo que no esperase. Menos mal, eso sí, que cogí una audio-guía que te iba contando lo que ocurría, los personajes, porqué actuaban de aquella manera, los significados de las canciones... aún tengo la entrada guardada. Y el edificio en si es curioso. Con varios siglos de antigüedad está enclavado entre edificios de cristal y hormigón. Uno con carteles de los actores con sus vestidos tradicionales, los otros con carteles del McDonalls, Zara y demás cadenas borreguiles, curioso contraste, uno más.

Al final llegamos a la zona de Tsukiji, dimos una vuelta por los alrededores, llegamos a la bahía de Tokyo cuando la luz empezaba a dejar reflejos anaranjados en todos los cristales... y volvimos hacia el mercado de nuevo, aprovechando para probar un "poquito" de sushi... salmón, gambas, bonito, atún, sardina... y pulpo, crudito crudito... lo más complicado de comer, pero la idea me ha gustado, así que habrá que probar en casa a ver qué nos sale. Lo curioso fue el sitio, nada más entrar, anuncian tu llegada y todos los cocineros saludan con un grito (vete a saber que dicen, habrá que buscarlo). Tras la barra los sushiman preparan a toda velocidad las piezas mientras tras ellos en una pecera, algún que otro pez aún vivo espera el golpe de gracia, tal como vimos poco después.

Y ya poca tarde nos queda, decidimos intentar entrar en un parque que está cerca del mercado, pero al llegar, ese día estaba cerrado y no se podía entrar, pero el paseo dio sus frutos. Dos modelos vestidas con kimonos tradicionales, y su fotógrafo correspondiente, me dejaron sacar alguna que otra foto y además la charla con el fotógrafo fue muy agradable, sobre España, Japón, sus gentes y sitios...

Y con las mismas pensamos que no sería mala idea volver al mercado de Asakusa para ir buscando regalos para la vuelta... buena idea para todos menos para nuestros bolsillos... ¡¡menudo palo en Kokeshis!!

miércoles, 27 de mayo de 2009

Daibutsu amida

El último día con Japan rail pass, snif snif. Hemos decidido ir a ver una estatua de buda un tanto grande. A 50 kilómetros de Tokyo, en Ushiku. Cogimos el tren en el barrio y en más o menos una hora llegamos al pueblo en cuestión. En la estación... ni un turista extranjero, ni un cartel, ni una indicación. A preguntar. Me acerqué a un grupo de jóvenes, pensando que podrían entender un poquito de nuestro inglés... pues no sólo no entendían sino que el susto que se llevaron fue estupendo, unos sonreían nerviosos, otras se escondían detrás de los demás directamente... el caso es que mientras intentaba hacerles entender dónde queríamos ir se acercó una señora que nos contestó en un perfecto inglés, nos llevó hasta la parada de autobús para indicarnos cual teníamos que coger, le preguntó al conductor cuanto nos iba a costar, el tiempo que iba a durar el trayecto... una gozada. Pero no fue la única, al subir al autobús se inició una especie de batalla entre varias pasajeras para indicarnos el precio, el tiempo... fue un tanto extraño, curioso, pero divertido.
El caso es que nos clavaron un puñal de medio metro por la entrada del autobús, pero conseguimos llegar a la estatua, menos mal que no se la ve del todo mal, sus más de 100 metros de altura ayudan, todo hay que decirlo.

Al llegar ya llevábamos un buen rato viendo la estatua sobresaliendo sobre los arboles que la circundan, así que pagamos la entrada, otro estacazo, y entramos en el jardín. Sencillo, pero bonito. Flores, árboles, un pequeño estanque y koi, muchos koi hambrientos que daban buena cuenta de las bolitas de comida que los turistas les arrojábamos (vendían sobrecitos junto al estanque, todo bien pensado). Así que estuvimos un rato viendo como los peces saltaban, se retorcían, pasaban unos sobre otros mientras les arrojábamos la comida al agua, y seguimos hacia la estatua.

La susodicha imagen tiene una entrada por su parte posterior que te permite subir hasta casi la cabeza para ver todo el terreno de los alrededores. En el interior tampoco hay mucho que ver, un pequeño museo con fotos y cuadros sobre Buda, su origen, su historia... y sobre la estatua en sí, cómo se construyó, las medidas que tiene, alguna sala con cientos de pequeñas figuras de buda, algún pequeño altar... pero tampoco es que merezca mucho la pena. Lo mejor son las vistas desde el piso superior.

Así que con las mismas bajamos, además tampoco teníamos mucho más tiempo para coger el autobús. Vuelta a la estación y a pensar como aprovechábamos nuestro último día de tren gratuito. Al final decidimos ir a Yokohama, al barrio chino más grande de Asia fuera de China, claro.

Más de hora y media en tren después llegamos a la estación de Yokohama. Encontrar el barrio chino no es complicado, los carteles amarillo fosforito es cierto que ayudan un poco también. Nada más salir del edificio ya se ve la primera puerta china que da acceso al barrio. En teoría hay cuatro, una en cada punto cardinal, pero yo juraría que había más. Y el barrio chino, pues bueno, mucho chino hablando japonés, cosa que me extrañó, precios japoneses, tiendas y restaurantes chinos, eso sí... así que aprovechamos para probar algún que otro din sum, que me encanta y que nos encantó, además salía barato. Y poco más, tampoco dio mucho más de sí. Una vuelta al barrio y de nuevo hacia Tokyo a dar una vuelta por Asakusa y Hueno, el mercado de recuerdos, ropa y comida, las tiendas de electrónica, alguna tienda de comics manga donde comprar algún recuerdo que otro y un agradable paseo hacia el barrio de nuevo.

Al nuevo hotel, curioso. Todas las habitaciones individuales con su futón, algo más de medio metro del futón hasta la pared para dejar las mochilas, una estantería con una tele y debajo una mini-nevera... y ya, bueno, un pequeño balconcito con vistas, jeje.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Nikko

Un nuevo día en Tokyo. De nuevo el mismo barrio que los dos primeros días. La ventaja es que tardamos poco en llegar al metro, conocemos el camino, y de ahí a la estación de tren. Hacia Nikko. Hay un dicho japonés que dice "no puedes decir que sabes lo que es la belleza hasta que hayas visto Nikko". Quizá sea un poco excesivo, pero allá vamos... por si acaso.

En el tren vamos prácticamente solos, junto a una familia un tanto peculiar, una abuela, japonesa, una madre, que no es japonesa y su hija que tampoco es japonesa pero habla japonés... inglés, ruso... así que el viaje no es muy aburrido.

Llegamos a la estación de Nikko y entramos en una oficina de turismo a conseguir un mapa y algo de información, sencillo, nos dan todo en inglés. Para llegar a la zona donde se agrupan los templos tenemos que atravesar todo el pueblo, andando por una calle comercial, lógico, por ella andan todos los turistas, llena de tiendas de recuerdos, restaurantes, hoteles con onsen...

Al final de la calle está el puente sobre el río, Shinkyo, en el que se transformaron las dos serpientes sobre las que llego Shodo Shonin (el fundador del primer templo de Nikko), pintado de rojo que da acceso a las escaleras que introduciéndose en la montaña llevan hasta los templos. Subimos las escaleras, no hay mucha gente, no hay mucho ruido... aún. Al final hay una placita con una fuente, en ella un dragón y sobre ella la figura de un monje. Compramos las entradas para los templos, 1000 yens, ¡¡no está mal!! y empezamos la visita.

El recinto de Rinno-ji abarca quince templos y es patrimonio de la humanidad, ¡como para verlos todos! El primero que entramos a ver es uno de los más impresionantes, aunque por fuera no lo parezca, Sanbutsu-Do, guarda tres estatuas de ocho metros cada una de Buda Amida, Senju Kannon y Bato Kannon así como más tesoros que aunque llamen menos la atención son igual de importantes, sutras, estatuas... salimos del edificio y caminamos en busca del segundo que podemos visitar con nuestras entradas. Jardines, linternas, altares...

Aunque ya habíamos visto el principal reclamo de Nikko, aún nos quedaban varios símbolos más de la ciudad. Para ver uno de los más conocidos atravesamos varios caminos por la montaña hasta llegar al Tori Ishidori junto a una pagoda, unas escaleritas y tras ellas, en otro edificio más, los tres monos. Esos que todo el mundo conoce pero nadie sabe de donde salen... uno con las manos tapándose la boca, otro los ojos y otro las orejas, pues esos. Todo el mundo se agolpa a su alrededor haciéndose fotos, así que ¡no íbamos a ser menos!

Unas cuantas fotos después seguimos con la ruta subiendo más escaleras para entrar por la gran puerta Yomeimon de nueve metros de altura completamente decorada con todo tipo de animales, flores, dioses y los guardianes Nio.

Otra de las razones por las que Nikko es conocido es por tener entre sus edificios el mausoleo de Tokugawa Ieyatsu, uno de los shogun más importantes del Japón feudal, que se encuentra en el recinto de Futurasan Jinja. Para llegar a su tumba hay que pagar, atravesar otra puerta más y antes de subir nosecuantosescalones encontramos otro símbolo más. Un gato. Que si, Jingoro, el gato durmiente. Pero el caso es que el mausoleo es más impresionantes por el sitio que por el mismo, tampoco es para tanto, la verdad, pero bueno, para una vez que uno llega hasta allí...

Otro de los edificios que pudimos ver (y del que no recuerdo el nombre) resultó bastante curioso. El techo del mismo está completamente llenos de otro de los símbolos de la ciudad. Dragones. Los encuentras en todos los techos, las mamparas de separación, paredes, en cuadros, en madera... dragones por todas partes. Pero este es un tanto especial. Cuando llegamos un monje estaba explicando, en japonés, el porqué es tan especial ese edificio. Mientras hablaba y gesticulaba, estaba claro que estaba haciendo algún tipo de referencia al dragón gigante del techo mientras se acercaba a dos bastones de madera. Los cogió con las manos. Los separó y los golpeó. Con fuerza. Y sonó, pero no más de lo que uno espera. Después se movió hacia otra parte del edificio y volvió a hacer lo mismo con el mismo resultado. Pero la tercera vez... se colocó bajo el dragón, junto a la zona principal del altar... ¡madre mía! el mismo golpe produjo tal resonancia que el sonido se seguía escuchando como un zumbido muchos segundos después retumbando por toda la sala. ¡El rugido de riu!

Y ya saturados de tanto edificio, tanta decoración, tanto turista llegamos al último de los templos para los que nos servía la entrada. La verdad es que no sabría explicar ni lo que vimos. Lo que si recuerdo es que había varias monjas por allí circulando con sus túnicas blancas y naranjas y poco más, ah sí, un Tori para salir y marcharnos a comer... ¡que ya toca!

Un tazón de fideos después volvíamos por la calle principal de las tiendas hacia la estación pero... en una tienda vendían dragones pintados a mano, además al momento, así que entramos a preguntar precio y nos quedamos prendados. No mucho. Tres horas y media. Quince dragones en total. Paso palabra. El caso es que cuando salimos de la tienda el pueblo estaba desierto. Nadie por las calles, las tiendas vacías, los restaurantes cerrados. ¿Y la estación? Ya dudábamos de si tendríamos tren para volver a Tokyo o no. Pero si, había uno esperándonos en la estación.

Última noche en el Aizuya, lástima.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Hacia Tokyo de nuevo

La mañana empieza con sensación de tristeza. Lo hemos pasado muy bien en Matsuyama y lo de marcharnos sabiendo que podíamos quedarnos un par de días más… no lo llevo muy bien. Pero lo justo es justo, así que tras un desayuno, unas fotos con nuestros amables anfitriones, “el comunista” se despide de la ciudad (al menos de momento).

Cogemos el tren, nos quedan unas cuantas horas de viaje, aunque vamos a hacer un parada en Himeji para ver su impresionante castillo. El camino pasa rápido hasta llegar al puente que une las dos islas. Una miriada de islotes despunta sobre el agua entre la niebla.

Al llegar, no encontramos taquillas para las mochilas hasta pasado un buen rato, pero al menos encontramos, que ya pensábamos que tendríamos que andar con ellas. Lo peor la lluvia. No para de caer y se hace bastante incómodo andar así, pero bueno, el paseo al castillo no es muy largo, lo justo para llegar calados, pero nada más.

Delante del castillo están celebrando un festival con tambores tradicionales, pero están cubiertos de plástico por la lluvia, así que desmerece un poco.

Subimos hasta el castillo para recorrerlo entero. Las salas no tienen muchas cosas para ver, claro que con toda la gente que nos agolpamos dentro tampoco caben muchas cosas más. Seguramente, si no estuviese lloviendo podríamos haber disfrutado mucho más, sobre todo de los jardines, pero bueno, es el único día que se nos estropean los planes por culpa del tiempo, así que no nos podemos quejar tampoco.

Como sopas volvemos a coger el tren con dirección a Tokyo. Unas tres horas de recorrido. Llegamos a la estación central y salimos en busca de algún sitio para dormir. Dando vueltas por Nihonbashi encontramos un restaurante español, el León, así que pensando que alguien hablaría nuestro idioma decidimos preguntar… efectivamente alguien habla castellano. Una bonita japonesa que estuvo viviendo en Sevilla un tiempo nos indica donde podemos encontrar sitio, pero no tenemos suerte. Así que volvemos al mismo sitio. Amabilidad es poco, la misma chica se encarga de meterse en Internet, buscar sitios, llamar por teléfono, preguntar, pero nada, lo único que queda son mas de 60€ por cabeza y se nos va un poco de las manos. Llamamos al Aizuya Inn de nuevo por si acaso, pero tampoco tienen habitación para cuatro. Aún así decidimos ir “al barrio” a ver si hay suerte.

Recorremos las calles del barrio en el que dormimos las dos primeras noches y conseguimos encontrar sitio para los últimos días, sólo nos faltan los dos primeros. Al entrar en el Aizuya… me saludan por mi nombre, aunque yo no pude hacer lo mismo, menudo trago. Pero menos mal. Gracias a que Su es como es, al final conseguimos sitio para dormir allí, también es verdad que cuatro en una habitación para dos, pero bueno, unas risas aseguradas y un sitio barato para dormir. Al final todo sale bien, y la charla con Su estuvo entretenida esa noche. Buen día para volver a Tokyo.

De Matsuyama a Hiroshima

Un nuevo día con excursión incluida. No empezamos muy bien, nos hemos levantado un poco más tarde de lo debido y al final por cinco minutos no hemos cogido el tren, una hora de espera en la estación. Y nos quedan 4 horas de tren hasta Hiroshima.

Cuando llegamos a Hiroshima apenas tenemos tiempo para ir a ver la zona donde cayó la bomba, el museo de la paz y salir corriendo de nuevo al siguiente sitio. Así que salimos más o menos deprisa de la estación en dirección a la zona del museo, son calles como las de cualquier otra ciudad con sus carteles en japonés, sus mendigos, un Zara, lo normal de cualquier ciudad vaya.

Al llegar al dome, el único edificio que ha quedado en pie del lugar en el que estallo la bomba atómica, la visión es algo impresionante. Un jardín, una valla y las ruinas del edificio con su cúpula medio derruida no es que te trasladen al momento en el todo sucedió, pero ayuda.

El parque está lleno de pequeños monumentos a las victimas, a los niños que sobrevivieron y después murieron de cáncer, una llama eterna… y el museo de la paz. Cuando llegamos a la puerta cruzaron por delante de nuestras caras un grupo de ancianos, todos en silla de ruedas, que no estoy seguro que fuesen victimas de aquello, pero te da que pensar. Y entramos al museo.

La primera sala intenta contar las guerras y conflictos en los que estuvo envuelto el país intentando encontrar una explicación plausible para que Japón entrase en la segunda guerra mundial. La segunda parte del museo entra de lleno en la guerra, fotografías del antes y el después de las bombas, las escuelas después del estallido… Y la tercera parte… la tercera parte no puedo explicarla, ya no me quedaba estómago para seguir viendo todo aquello y no pude por más que salir de allí como pude.

La vuelta a la estación la hicimos en autobús, más rápido, apenas nos quedaba tiempo para llegar al santuario de Itsukushima y su Torii acuático. Media hora de tren, en teoría, y después un pequeño paseo en barco para llegar hasta la isla de Miyajima. El tori puesto en mitad del agua para que entrasen por él los peregrinos que llegaban en barco. Entramos casi de los últimos al templo pero entramos.

La única pega es que la marea no está muy alta y la visión del tori en el agua no queda igual, pero el paseo por las pasarelas del templo merece la pena. Sobre todo porque a estas horas ya no hay mucha gente por allí paseando y se puede caminar tranquilo, hacer fotos… andar entre los ciervos, que también hay alguno. Y vuelta al barco, a la estación, a Hiroshima… media hora perdida entre un sitio y otro. La siguiente parada en Okayama, el último transbordo… una hora y media de espera nada más y nada menos hasta que salga el siguiente tren hasta Matsuyama. Nos acabamos de quedar sin fiesta nocturna. Sin comentarios. Al final acabamos tomando una cerveza con Javier y charlando tranquilamente un par de horas.

El día siguiente… nos vamos. Una lástima, sobre todo porque nos podíamos haber quedado un par de días más, pero bueno, haremos lo que teníamos previsto.