
Nos hemos levantado en Nagoya y nos esperan mas de 3 horitas de viaje en tren hasta Takayama. En teoría, pequeña aldea típica japonesa con tejados que llegan hasta el suelo hechos de madera y paja. En el viaje intentamos no dormir, unos mas que otros, para poder ir viendo el paisaje. Poco a poco el tren se adentra en las montañas, pero la sorpresa es que se empiezan a ver pueblos peque;os cubiertos de nieve!! Y nosotros sin un simple abrigo, algo harán los forros pero no se yo.
Menos mal que al llegar allí no nieva, pero sopla un viento helado muy divertido. El caso es que nos indican en la estación como llegar al sitio donde vamos a dormir. Un pequeño templo budista, que no tengo muy claro que siga en activo, sólo se ve a un bonzo, Tomi, que por suerte habla ingles, pero el sitio está genial. Todas las habitaciones son de tatami, a dormir sobre futones, y para llegar a la nuestra tenemos que descalzarnos, andar por un pequeño corredor de paneles de papel junto a un jardín con su riachuelo, linternas de piedra, arboles al estilo de los bonsais... de película. La única pega es que solo hay calorcito en las habitaciones, el resto del templo es tan gélido como la calle misma.
Salimos a recorrer la ciudad y ha salido un poco el sol, menos mal. Llegamos a la calle principal llena de tiendas para guiris, curiosas algunas, y entramos en una pequeña tetería-cafetería a calentarnos. Mi primer matcha.
Al salir de allí, llegamos al río, con un puente muy bonito y dos figuras que habrá que buscar su significado y giramos para entrar por un pequeño mercadillo donde me van dando a probar un montón de cosas en vinagre, bollitos y dulces, un poco de todo incluida la gente que es muy amable, eso si, casi acabo con dolor de espalda de inclinarme para responder los saludos de todo el mundo... arigato go dai masss!

Seguimos caminando por las calles y acabamos en otro templo enorme, pero no pudimos entrar, estaban rezando cánticos budistas, al menos pude asomarme por la puerta y escucharles, aunque sólo pude ver un poquito de nada. Y desde allí encontramos un par de calles típicas japonesas, con todas las casas de madera, antiguas casas de te y de samurais... aunque ahora están plagadas de turistas haciéndose fotos y montando en rickshaws. Atravesamos la calle como podemos.
Hacia la antigua villa, que resulta que esta a un buen tramo andando fuera de Takayama. A patita, pero como empieza a llover apenas veinte minutos después... a comer. Fideitos. Muy ricos en un pequeño sitio con apenas 8 sillas, pero que ricos los ramen!!
Al salir ya no llueve y conseguimos llegar a la aldea... que con tanto turista ha terminado siendo un parque temático. Todo vayado, limpito... pero sin mucha gente, menos mal. El caso es que el sitio es muy bonito, las casas son curiosas, se puede entrar en todas y ver como se distribuían las cosas hace años. Pero lo mejor... cuando decidimos que ya es hora de irnos, no hay nadie por allí. Y al dirigirnos a la puerta.... esta cerrada!!!! vamos que nos han dejado encerrados allí!!!! y no es que se esté muy calentito. Como no encontramos por donde salir, buscando hemos visto una caseta de madera que tiene encendido un fuego dentro y tiene maquinas de bebida, así que allá que vamos!!! tras hecharle madera al fuego y tomar algo calentito (yo un helado de te verde) estábamos de risas cuando llego un viejito. Le vimos de lejos, le saludamos, bajo la cabeza y siguió a lo suyo, así que nosotros a lo nuestro que hace frío fuera. Al cabo de un rato, vino, nos explico que estaba cerrado, nosotros que no teníamos reloj, y entre risas nos abrió las puertas para poder salir de allí, una hora mas tarde del cierre.
La noche acabo tranquila, unos takoyakis, un poco de arroz en otro sitio...y a dormir al templo.
Mañana a buscar sitio en Kyoto.
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