martes, 11 de noviembre de 2008

DIARIO DE VIAJE. EGIPTO I

Día 26, sobrevolamos una franja de desierto junto al mar mediterráneo y todos nos agolpamos en las mini-ventanas del avión para intentar ver algún indicio de nuestro destino, Egipto. Evidentemente no se distingue nada desde esa altura, así que poco a poco todos volvemos a nuestros asientos, pero algo ya ha cambiado. La sensación de estar llegando a la tierra de los faraones nos invade desde ese momento.

Al descender en el aeropuerto de Luxor nos sorprende una agradable temperatura mientras sujetamos como podemos las mochilas y los abrigos que llevábamos desde Madrid mientras llegamos a la Terminal donde escuchamos por primera vez la que iba a ser nuestra llamada particular hasta el final del viaje… “saladinoooos” y allá que nos fuimos. Fuimos agrupándonos poco a poco, mientras rellenábamos los datos para el visado, conociendo las caras que nos iban a acompañar en nuestro viaje. Y tras los trámites de siempre salimos por primera vez a suelo egipcio.

El primer choque… la vestimenta de la gente que estaba esperando por allí a que los guiris llegásemos cargados de maletas para subirnos a los autobuses que nos llevarían hasta los barcos, chilabas y más chilabas de colores austeros, pardos, alejadas de las versiones multicolores hollywoodienses. El segundo… ver cómo nuestras maletas acababan en el techo de nuestro microbús.

Tras colocarnos todos en los asientos salimos camino al Ms. Florence, nuestro barco, por unas carreteras medio iluminadas en las que el resto de vehículos sólo llevan luces de posición y no todos, y que me sirvió para ir tomando contacto con la realidad de un país rico en cultura pero pobre en sus calles. Se podían ver, coches 4x4 de última generación junto a carros tirados por burros y mujeres tapadas de arriba abajo con vestimentas oscuras andando junto a la carretera. Incluso un camión Iveco que parecía sacado de los saldos de hace 20 años.

Tras un pequeño paseo viendo burros, carros, calles polvorientas con paisanos sentados en las esquinas charlando, vimos el templo de Luxor iluminado. La primera sensación que da es de ser pequeño. Supongo que esperas más la primera vez y que, como pudimos comprobar el día siguiente, sorprende a la segunda.

Y llegamos al barco. Nos recibieron con un vasito de karcadé frío. Dejamos las maletas en las habitaciones, nos dimos una ducha y subimos a cenar. Pronto para nuestras costumbres, pero nos sentó bastante bien, sobre todo sabiendo que el día siguiente nos teníamos que despertar a las cinco y cuarto de la madrugada para empezar las excursiones. Karnak, Luxor, colosos de Memnom, Deir-el-bahari, el valle de los reyes… todo el mismo día. Movidito.

Día 27. Primer madrugón. Conseguir levantarte a esas horas y estar medianamente espabilado se hace bastante complicado hasta que llegas al aparcamiento del templo de Karnak. Saber que te estás frente a semejante construcción hace que tus sentidos renazcan a pesar de estar aún a oscuras y no distinguir más que una leve silueta, que aunque leve te clava en la retina el enorme tamaño de sus pilonos de entrada y hace que según aumenta la claridad con la salida del dios Sol se acelere el pulso al empezar a distinguir los primeros detalles de la construcción. Al entrar en el primer patio de columnas Sayed, nuestro guía para toda la zona de templos, nos empezó a contar la historia de los templos egipcios, de cómo eran construidos, apoyándose en los restos de un “andamio” que aun esta en pie tras el pilono derecho de Karnak. Nos hizo una pequeña introducción a la vida de RamsesII y nos llevó a través de la segunda parte a la sala más impresionante del templo. Las columnas son inmensas, enormes, llenas de una ingente decoración con la vida del faraón rey, sus hazañas, ofrendas devotas a los Dioses de la triada tebana. Impresionante. La sensación de encontrarse bajo esas columnas es muy difícil de explicar con palabras, pero baste decir que aún hoy, tres meses después de haber vuelto, se me sigue poniendo la piel de gallina al recordar aquel momento. Mi cabeza no era capaz de creer que estaba allí después de haber disfrutado durante años de aquellos grabados reproducidos en los libros de historia, en páginas de Internet… así que me dedique a intentar recordar todo lo que veía con todos los detalles que me fuese posible y de paso hacer unos cientos de fotos. Aún lo recuerdo todo.

Después nos llevaron al “patio trasero” del templo. Tras salir por una pequeña puerta te recibe un estanque iluminado, en ese momento, por un sol a medio salir que hacía la estampa aún más impresionante. Lo absurdo del tema es que en susodicha zona hay una estatua de un escarabajo encarando la salida del sol y que, ahora han puesto de moda entre los guiris rodearle tres veces para “que la suerte te acompañe”. Me resultaba bastante patético ver como la gente giraba y giraba alrededor del monolito con cara de idiotas como si así fuesen a conseguir ascender al nirvana o algo peor. Lo raro es que a ninguno le diese por tirar monedas al estanque.

Me distancie todo lo que pude de aquel engendro y me dedique a seguir sacando fotos a todo lo que encontraba a mi paso. Pudimos disfrutar de un tiempo a solas con las piedras, pasear entre ellas, observar de cerca los obeliscos, erguidos o tumbados, no tenía importancia. Entre todas las paredes del monumental templo circulan diversos personajes “disfrazados” con túnicas y turbantes para satisfacer la necesidad de los guiris de fotografiarse con la “fauna” local y así poderse llevar a casa la sensación de haberse mezclado con los lugareños del país y de paso henchirse de orgullo por haber entregado un euro por cada foto. A pesar de ello, son gente muy amable, que te indican lo que necesites en todo momento (y después poner la mano) y te acompañan sin problemas hasta donde quieras llegar. Precisamente fue una de estas personas la que nos acompañó, sabiendo que no íbamos a pagarle por ello, hasta una pequeña sala con uno de los mejores grabados del templo, una sala dedicada a Cleopatra aún con policromía en las paredes y que, de otra manera, no hubiésemos visto (fuimos los únicos de nuestra excursión).

Seguimos deambulando sin rumbo fijo hasta llegar al primer patio de nuevo. Allí nos asomamos a una zona lateral en la que no había ningún turista y al adentrarnos por una pequeña puerta apareció un policía que pensábamos nos diría que no podíamos pasar más allá (más que nada es que así lo ponía en los carteles). Nada más lejos, fue ver la cámara y nos llamó para que le siguiésemos a través de la puerta hasta que aparecimos por detrás de la avenida de los carneros para disfrutar de una visión distinta del primer patio. Pero no contento con eso, el mismo policía se dedicó a recomendarnos las mejores fotos del lugar. El “problema” me vino cuando me puso la mano para que le diese “su propina”, porque decirle que no a un tipo que me saca una cabeza y de cuyo cinturón cuelga porra y pistola… en fin, pero bueno, se lo tomo bastante bien y con una sonrisa salimos de allí para reunirnos con el grupo frente a las salas de las tres barcas, donde nos enteramos del porqué del nombre, pero no viene al caso.

Salimos del templo echando un último vistazo a los carneros y volvimos a subir al autobús, segunda etapa del día… el templo de Luxor.

1 comentario:

  1. "Saber que te estás frente a semejante construcción hace que tus sentidos renazcan a pesar de estar aún a oscuras y no distinguir más que una leve silueta, que aunque leve te clava en la retina el enorme tamaño de sus pilonos de entrada y hace que según aumenta la claridad con la salida del dios Sol se acelere el pulso al empezar a distinguir los primeros detalles de la construcción..." - esto es totalmente cierto, una sensacion irrepetible. Bravo - me ha gustado mucho, como lo cuentas, y como te fijas en todos los detalles. No se hace para nada aburrido, cosa, que suele pasar a este tipo de reportajes

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