miércoles, 12 de noviembre de 2008

DIARIO DE VIAJE. EGIPTO II

Ya lo habíamos visto la noche anterior, es cierto, pero cambia mucho, a mejor, al verlo con la luz del sol. Hablo del templo de Luxor.

Frente a la entrada del templo, al final de la avenida de las esfinges, Sayed nos explicó como los franceses, en un ataque de lucidez del presidente egipcio, consiguieron llevarse uno de los obeliscos que custodiaban las estatuas de Ramses en la entrada al templo y gracias a que no se partió al trasladarlo a París podemos seguir disfrutando al menos de su pareja, pero consiguieron romper la simetría característica de las construcciones egipcias. Una más. Nos contó también como se modificó la orientación del templo cuando estaba a medio construir, y como tras siglos de arena que lo sepultó, se construyó una mezquita que ahora también es una pena destruir, tiene siete siglos, y “flota” quince metros por encima del suelo del templo entre sus columnas y grabados. Por fin entramos en su interior para llegar al primer patio donde otros dos colosos de Ramses II guardan la entrada al patio de columnas. Dejé el disparador de mi cámara echando humo con la estatua derecha. Basalto, iluminada por el sol, completamente pulida… también pude ver a su esposa, un poco mas pequeña eso si.
Tras pasar por esa puerta llegas al enorme patio de columnas que, aunque un poco desvencijadas, siguen impresionando por su tamaño.

Y a partir de aquí dos sorpresas, una más agradable que otra la verdad. Nos movíamos hacia el sancta santorum, y a la izquierda de su entrada aún quedan restos de pinturas al fresco… cristianas. Como suena. Pinturas cristianas tapando con descaro los grabados y jeroglíficos egipcios de la época en que los romanos les perseguían por herejes y decidieron utilizar los templos, que al fin y al cabo estaban construidos ya y que no se utilizaban, para sus ritos y así poder esconderse mejor. La segunda, la desagradable, comprobar como los españolitos de a pie, por mucha cultura que nos pongan delante de nuestros ojos seguimos siendo unos estúpidos patanes. No se le ocurrió nada mejor al señorito que, mientras su guía les contaba los grabados del sancta santorum, apoyarse con todo su cuerpo grasiento en las paredes del templo como si estuviese en el zara comprando bragas fajeras a la estúpida de su mujer que se me quedó mirando con cara perpleja cuando les increpé por lo que estaban haciendo. Españoles por el mundo. Seguí disfrutando del templo tratando de olvidar el incidente en cuestión, y acabé deteniéndome frente a la única estatua que pudimos ver del Niño Rey, Tut Ankj Amon. Blanca, iluminada directamente por el sol y mostrando, como no podía ser de otra manera, la cara de infante que tenía cuando reinó sobre Egipto.

Y al lado su esposa, igual de niña. Y después de eso dos imágenes más para ver como son las condiciones de trabajo que se tienen allí. En una de las paredes laterales del primer patio del templo, con andamios de la época del catapun, dos egipcios con su chilaba reforzando una pared, subidos en lo alto sin ningún tipo de sujeción ni medida de seguridad… ¡¡ni casco!! ¡¡Y no se mueren en el intento oye!!. Y ya fuera del templo había unos cuantos operarios podando unas palmeras cuyas ramas recién cortadas caían al camino por el que salíamos los turistas sin molestarse en delimitar la zona ni chorradas por el estilo. Lo que no se es como no le pasó nada a nadie.

Salimos a la calle en el que fue nuestro primer contacto real con Egipto. Las calles a medio asfaltar, el polvo, los edificios a medio construir, una mezquita, grupos de hombres en las esquinas hablando sentados en el suelo unos, de pie los otros, que intentaban esquivar los objetivos de nuestras indiscretas cámaras de fotos mientras veíamos pasar por la calle una moto, un burro, un Renault amarillo, un carro tirado por un caballo.

La siguiente parada del día iba a ser en los colosos de Memnon, que por estar sin templo que les respalde parecen menos colosos a pesar de sus más de quince metros de altura. Lo malo, Memnon ya no canta. Lo bueno, poder disfrutar de ellos prácticamente sin gente alrededor. Tanto era así que el egipcio disfrazado de egipcio que allí estaba para que los guiris se puedan hacer fotos con él se había quedado dormido a la sombra de la única palmera que hay.

Seguimos camino a Deir el Bahari, hacia el templo de Hatsepshut. Desde que tenía catorce años quise poder estar algún día frente a él. Poder verlo desde su calzada de entrada, rodeado de montañas. Y lo hice. Conseguí poder esquivar la visión de las escaleras de acceso al templo mientras el autobús se acercaba. Conseguí no verlo mientras Sayed nos contaba la historia de cómo subió la Reina al trono, dejando de lado a su hijo, el verdadero heredero, de cómo consiguió que los sacerdotes convenciesen a la gente de su deidad, nacida de Amón y la diosa vaca Hathor. Y de cómo su hijo consiguió destronarla al cabo del tiempo. Y por fin, pude ver el templo. Ascendimos todos por la escalinata, llegamos hasta la sala hipóstila pero no pudimos pasar a la sala sagrada, está cerrada, pero bueno, no tiene mucha importancia cuando puedes ver las hileras de estatuas con la cara de la reina una detrás de otra, el panel donde se puede ver a la reina mamando directamente de Hathor, la sala que mantiene toda la decoración y pinturas dedicadas a Anubis. Impresionante el techo y los dinteles de las puertas. Lástima que lo único que queda de los jardines y las fuentes que hubo en su día sean solo restos de troncos de palmera y alguna preforma de fuente en el suelo. La visita también tuvo su curiosidad. No se muy bien porqué, una de las veces que pasé por delante de uno de los guardias que custodian el templo, con su metralleta incluida, se me ocurrió hacer un comentario sobre el arma. Muy amablemente me contestó, y me invitó a que le hiciese una fotografía. Como todo el que va a Egipto se que no se pueden hacer fotos a la policía ni los militares y así se lo hice saber. Pero insistió, -no problem, photo photo- y al final piqué y le hice un retratillo. Le di las gracias y le deje apostado junto al puesto de vigilancia que consta de un palo de madera y un pequeño techado para que puedan estar a la sombra. Pero, cuando ya parecía que el episodio había terminado, el susodicho personaje asomó su cabeza tras el palo de madera para decirme – psi psi, money money- a ver quién es el guapo que le dice que no a un militar al que no se le puede hacer fotos, después de habérsela hecho, y que tiene un arma más larga que mi pierna. Me volví para decirle que no llevaba euros encima y que no sabía las libras egipcias de las que disponía en mis bolsillos, sobre todo teniendo en cuenta que lo más lógico era que ningún otro vigía viese el intercambio. Al final se contentó con dos libras por la foto.

Otra de las cosas que nos llamaron la atención está provocada por el infame atentado que hubo en 1997 en la entrada del templo, en el que murieron mas de 60 turistas y con el que perdieron mucho dieron por el miedo que suscitó a viajar a Egipto. El camino de llegada trascurre en uno de sus tramos por zonas de caña de azúcar. El gobierno ha obligado a los agricultores a perder una franja de cultivo de doscientos metros alrededor de la carretera para evitar que algún insurgente pueda ocultar en las cañas para atentar contra los autobuses.

Volvimos a subir al autobús para ir al valle de los reyes. Llegas serpenteando por una carretera recién asfaltada hasta la garita que delimita la entrada para coger un pequeño tren turístico que te lleva al interior del valle y desde el que se puede ver la colina con forma piramidal por la que se supone que los faraones eligieron ese lugar concreto para realizar en el sus tumbas. El sentimiento con el que llegas es… Tutankamón, quiero ver su tumba. Pero al llegar a la puerta donde hay que elegir si quieres entrar solo a las tres tumbas que estén abiertas ese año, o si, además, quieres entrara a la de RamsesVI y a la del faraón niño, nuestro guía, Sayed, me “invitó” a no entrar en la de Tutankamón basándose en que la de Ramses se mantenía muchísimo mejor conservada, habría menos gente para disfrutar de lo que estábamos viendo, sin contar que cuesta cinco veces menos la entrada. Para ser exactos su frase fue “si quieres darle ganancias al gobierno egipcio por no ver nada interesante…hazlo, pero yo de ti…”, así que confiando en sus palabras decidimos entrar a ver la de Ramses. Y a fe que fue un acierto, la tumba es impresionante, mantiene prácticamente toda su decoración, y la pintura es increíble, desde el nivel del suelo hasta el techo esta completamente pintada con murales, dioses, el faraón, textos jeroglíficos…y al final, la cámara funeraria. Tiene un sarcófago escavado en la roca dentro del cual estuvo colocado en su día el verdadero sarcófago del faraón. Un monolito enorme de granito negro cuya lápida es un enorme retrato tallado de la cara del faraón. La teoría dice que sólo se puede llegar hasta la entrada de la cámara, pero dada la poca gente que estábamos dentro visitándola, el guardián de la tumba nos abrió la puerta para que pudiésemos pasar a ver la sala de cerca, el sarcófago y las pinturas murales de las paredes para descubrir en el techo uno de los dibujos que tenía en mi libro de historia del instituto, Nut. El resto de tumbas, están muy bien, cada una tiene pinturas y decoración diferente (tapadas con mamparas de cristal) y valdría para poder entender más cosas sobre la vida del faraón que yació en el interior de cada una si no fuese porque los guías no pueden entrar a acompañarte en las visitas, pero aún así, la sensación que tienes sabiendo donde te encuentras es algo para lo que no hay palabras.

Lo siguiente fue “visita guiri”. Nos llevaron a ver una “fábrica” de alabastro, donde de paso hay una tienda para que la gente pueda llenar su casa de figuritas de alabastro mal acabadas, pero compradas en Egipto, y a todos nos gustan esos recuerdos. Además te ponen té. No perdimos mucho tiempo, y nos fuimos de nuevo en autobús hacia Luxor. El fin fue incrustarnos en un convoy policial que escolta a todos los extranjeros que quieren salir de Luxor en cualquier tipo de vehiculo, con lo que tuvimos que esperar un tiempo hasta que se formo la comitiva mientras veíamos a los policías cumplir con sus rezos coránicos junto a los autobuses.

Una vez formado el grupo, los policías encienden las sirenas de sus coches y salimos a toda velocidad por una carretera pegada al canal de riego del Nilo que te da la oportunidad de dormir (como iba casi todo el resto de mi excursión) o de disfrutar de la rivera en la que se pueden ver (además de diversos puestos de control policiales) pequeñas aldeas, niños bañándose, mujeres recogiendo madera y pasto para las vacas… distinto a las piedras que habíamos estado viendo todo el día.

Así transcurrió un buena parte de la tarde hasta que llegamos a Esna, donde teníamos que embarcar de nuevo y, para nuestra desgracia, esperar en el barco hasta que pudiésemos pasar la esclusa. Bastante aburridito el tema, aunque al final casi se agradece poder ducharte tranquilo, tomarte una cerveza en la terraza superior del barco, hacer un poco de vida social con el resto de viajeros… y dormir, que buena falta nos hacía, la verdad. Lo malo es que con lo de dormir no pude ver cómo pasábamos la esclusa en cuestión.

Mientras esperábamos nuestro turno pudimos asistir, desde la terraza del barco, a un curioso espectáculo. Poco a poco se fueron acercando al puerto unas pequeñas embarcaciones con varias personas en cada una de ellas. Hasta aquí todo normal. Pero de repente empezaron a gritar agitando los brazos mientras lanzaban a todos los barcos paquetes envueltos en plástico. Me asomé a la barandilla y uno de ellos, al verme, empezó a dirigirse a mi, o eso creo, y al final a pesar de insitirle en que no quería nada me acabó lanzando uno de los paquetes. Yo no le hice mucho caso y simplemente deje que pasase junto a mi y acabase en la cubierta. El vendedor se enojó bastante al ver mi falta de interés y gritando aún más insistiendo en que le devolviese el paquetito. Y eso hice, pero digamos que no me caracteriza mi puntería precisamente, con lo que el paquete con la chilaba de su interior acabaron dandose un baño. Por suerte flotaba y pudieron recuperarla, aunque supongo que se debieron acordar de toda mi familia, al menos eso parecía. Pero debí ser de los pocos que no compraron nada, la gente sólo por la tontería acabó por comprar, y eso que Aladino, uno de los trabajadores del barco, nos advirtió a todos de la mala calidad de las prendas y del precio excesivamente caro, pero que le vamos a hacer, los güiris somos así, ¿o no?

1 comentario:

  1. ! Y ya fuera del templo había unos cuantos operarios podando unas palmeras cuyas ramas recién cortadas caían al camino por el que salíamos los turistas sin molestarse en delimitar la zona ni chorradas por el estilo. Lo que no se es como no le pasó nada a nadie.
    " - justamente esto si que esta clarisimo - si vez la rama que caye, te sales disparado, porque no tendras ganas de pasarte el resto vacaciones en un hospital egipcio, digo yo :)
    Pero si, la imagen te sale muy viva :)) ¡Que nostalgia!
    "Salimos a la calle en el que fue nuestro primer contacto real con Egipto. Las calles a medio asfaltar, el polvo, los edificios a medio construir, una mezquita, grupos de hombres en las esquinas hablando sentados en el suelo unos, de pie los otros, que intentaban esquivar los objetivos de nuestras indiscretas cámaras de fotos mientras veíamos pasar por la calle una moto, un burro, un Renault amarillo, un carro tirado por un caballo.
    " - completamente cierto, sensacion de abandono, de hecho, mucho mas grande, que viendo las ruinas... A saber, por que... Al fin y acabo, ruinas ruinas son, y las calles deberian de parecer a las calles. En este caso era justo al reves...
    "que le vamos a hacer, los güiris somos así, ¿o no?" - perfecto, ya que deja la seguridad, que todavia no ha terminado el cuento... o eso espero!

    ResponderEliminar