viernes, 23 de enero de 2009

El roscón

El roscón de reyes y la celebración de los Reyes Magos.

Los griegos ya le ofrecían a su dios solar, dios de las puertas, llamado el dios de los pasteles, unos bollos redondos similares a los actuales roscones. Y los romanos celebrando las victorias de Cesar Augusto a comienzos de enero. Con el tiempo estas celebraciones se convirtieron en una escusa para el desenfreno, gastronómico o no, sobre todo si atendemos a aquellos que defienden que el roscón era repartido sólo entre los esclavos incluyendo uno en el que se introducía un haba que permitía a quién la encontrase ser “rey por un día”.

La primera vez que la iglesia institucionaliza la fiesta en cuestión es el siglo III, la Epifanía o Teofanía, y se convirtió en el día de abstinencia, supongo que para reponer los excesos acostumbrados hasta ese momento. Ya en el siglo XI, con las paganas costumbres olvidadas, la iglesia decidió convertir en protagonista de la historia al niño más pobre de la ciudad, que sería vestido con ropas suntuosas y servido en la mesa por personas de alta alcurnia y que recibía también dinero recogido de las donaciones populares. Se pasó del “rey del haba” al “rey niño”. Está idea se llevó a las casas menos pudientes haciendo que el más pequeño de la casa repartiese el roscón y el que encontrase el haba pasaba a presidir la celebración.

Esta costumbre arraigó fuertemente en Francia donde fue prohibida de nuevo por los hugonotes franceses en el siglo XVI debido de nuevo a los desmanes y abusos cometidos en las festividades. En esta época se introdujo la idea del “regalo” en el roscón en sustitución del haba. El cocinero de Luis XIV introdujo en la masa un colgante con un diamante fruto de las donaciones del resto de sus sirvientes. Así ha ido pasando por los años hasta que los soldados repatriados de Flandes lo introdujeron en España popularizándose en el siglo XVIII con la llegada de los Borbones.

Y he aquí el porqué de la celebración del día de reyes que, por cierto, no aparecen en la historia hasta el siglo VI en que el monje Veda el Venerable les pone nombre (Melchor el anciano, Gaspar el maduro, y Baltasar el joven negro) aunque sólo fueron citados anteriormente en el evangelio de San Mateo quién ni dice que fueran tres ni que fueran reyes.

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