miércoles, 27 de mayo de 2009

Daibutsu amida

El último día con Japan rail pass, snif snif. Hemos decidido ir a ver una estatua de buda un tanto grande. A 50 kilómetros de Tokyo, en Ushiku. Cogimos el tren en el barrio y en más o menos una hora llegamos al pueblo en cuestión. En la estación... ni un turista extranjero, ni un cartel, ni una indicación. A preguntar. Me acerqué a un grupo de jóvenes, pensando que podrían entender un poquito de nuestro inglés... pues no sólo no entendían sino que el susto que se llevaron fue estupendo, unos sonreían nerviosos, otras se escondían detrás de los demás directamente... el caso es que mientras intentaba hacerles entender dónde queríamos ir se acercó una señora que nos contestó en un perfecto inglés, nos llevó hasta la parada de autobús para indicarnos cual teníamos que coger, le preguntó al conductor cuanto nos iba a costar, el tiempo que iba a durar el trayecto... una gozada. Pero no fue la única, al subir al autobús se inició una especie de batalla entre varias pasajeras para indicarnos el precio, el tiempo... fue un tanto extraño, curioso, pero divertido.
El caso es que nos clavaron un puñal de medio metro por la entrada del autobús, pero conseguimos llegar a la estatua, menos mal que no se la ve del todo mal, sus más de 100 metros de altura ayudan, todo hay que decirlo.

Al llegar ya llevábamos un buen rato viendo la estatua sobresaliendo sobre los arboles que la circundan, así que pagamos la entrada, otro estacazo, y entramos en el jardín. Sencillo, pero bonito. Flores, árboles, un pequeño estanque y koi, muchos koi hambrientos que daban buena cuenta de las bolitas de comida que los turistas les arrojábamos (vendían sobrecitos junto al estanque, todo bien pensado). Así que estuvimos un rato viendo como los peces saltaban, se retorcían, pasaban unos sobre otros mientras les arrojábamos la comida al agua, y seguimos hacia la estatua.

La susodicha imagen tiene una entrada por su parte posterior que te permite subir hasta casi la cabeza para ver todo el terreno de los alrededores. En el interior tampoco hay mucho que ver, un pequeño museo con fotos y cuadros sobre Buda, su origen, su historia... y sobre la estatua en sí, cómo se construyó, las medidas que tiene, alguna sala con cientos de pequeñas figuras de buda, algún pequeño altar... pero tampoco es que merezca mucho la pena. Lo mejor son las vistas desde el piso superior.

Así que con las mismas bajamos, además tampoco teníamos mucho más tiempo para coger el autobús. Vuelta a la estación y a pensar como aprovechábamos nuestro último día de tren gratuito. Al final decidimos ir a Yokohama, al barrio chino más grande de Asia fuera de China, claro.

Más de hora y media en tren después llegamos a la estación de Yokohama. Encontrar el barrio chino no es complicado, los carteles amarillo fosforito es cierto que ayudan un poco también. Nada más salir del edificio ya se ve la primera puerta china que da acceso al barrio. En teoría hay cuatro, una en cada punto cardinal, pero yo juraría que había más. Y el barrio chino, pues bueno, mucho chino hablando japonés, cosa que me extrañó, precios japoneses, tiendas y restaurantes chinos, eso sí... así que aprovechamos para probar algún que otro din sum, que me encanta y que nos encantó, además salía barato. Y poco más, tampoco dio mucho más de sí. Una vuelta al barrio y de nuevo hacia Tokyo a dar una vuelta por Asakusa y Hueno, el mercado de recuerdos, ropa y comida, las tiendas de electrónica, alguna tienda de comics manga donde comprar algún recuerdo que otro y un agradable paseo hacia el barrio de nuevo.

Al nuevo hotel, curioso. Todas las habitaciones individuales con su futón, algo más de medio metro del futón hasta la pared para dejar las mochilas, una estantería con una tele y debajo una mini-nevera... y ya, bueno, un pequeño balconcito con vistas, jeje.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Nikko

Un nuevo día en Tokyo. De nuevo el mismo barrio que los dos primeros días. La ventaja es que tardamos poco en llegar al metro, conocemos el camino, y de ahí a la estación de tren. Hacia Nikko. Hay un dicho japonés que dice "no puedes decir que sabes lo que es la belleza hasta que hayas visto Nikko". Quizá sea un poco excesivo, pero allá vamos... por si acaso.

En el tren vamos prácticamente solos, junto a una familia un tanto peculiar, una abuela, japonesa, una madre, que no es japonesa y su hija que tampoco es japonesa pero habla japonés... inglés, ruso... así que el viaje no es muy aburrido.

Llegamos a la estación de Nikko y entramos en una oficina de turismo a conseguir un mapa y algo de información, sencillo, nos dan todo en inglés. Para llegar a la zona donde se agrupan los templos tenemos que atravesar todo el pueblo, andando por una calle comercial, lógico, por ella andan todos los turistas, llena de tiendas de recuerdos, restaurantes, hoteles con onsen...

Al final de la calle está el puente sobre el río, Shinkyo, en el que se transformaron las dos serpientes sobre las que llego Shodo Shonin (el fundador del primer templo de Nikko), pintado de rojo que da acceso a las escaleras que introduciéndose en la montaña llevan hasta los templos. Subimos las escaleras, no hay mucha gente, no hay mucho ruido... aún. Al final hay una placita con una fuente, en ella un dragón y sobre ella la figura de un monje. Compramos las entradas para los templos, 1000 yens, ¡¡no está mal!! y empezamos la visita.

El recinto de Rinno-ji abarca quince templos y es patrimonio de la humanidad, ¡como para verlos todos! El primero que entramos a ver es uno de los más impresionantes, aunque por fuera no lo parezca, Sanbutsu-Do, guarda tres estatuas de ocho metros cada una de Buda Amida, Senju Kannon y Bato Kannon así como más tesoros que aunque llamen menos la atención son igual de importantes, sutras, estatuas... salimos del edificio y caminamos en busca del segundo que podemos visitar con nuestras entradas. Jardines, linternas, altares...

Aunque ya habíamos visto el principal reclamo de Nikko, aún nos quedaban varios símbolos más de la ciudad. Para ver uno de los más conocidos atravesamos varios caminos por la montaña hasta llegar al Tori Ishidori junto a una pagoda, unas escaleritas y tras ellas, en otro edificio más, los tres monos. Esos que todo el mundo conoce pero nadie sabe de donde salen... uno con las manos tapándose la boca, otro los ojos y otro las orejas, pues esos. Todo el mundo se agolpa a su alrededor haciéndose fotos, así que ¡no íbamos a ser menos!

Unas cuantas fotos después seguimos con la ruta subiendo más escaleras para entrar por la gran puerta Yomeimon de nueve metros de altura completamente decorada con todo tipo de animales, flores, dioses y los guardianes Nio.

Otra de las razones por las que Nikko es conocido es por tener entre sus edificios el mausoleo de Tokugawa Ieyatsu, uno de los shogun más importantes del Japón feudal, que se encuentra en el recinto de Futurasan Jinja. Para llegar a su tumba hay que pagar, atravesar otra puerta más y antes de subir nosecuantosescalones encontramos otro símbolo más. Un gato. Que si, Jingoro, el gato durmiente. Pero el caso es que el mausoleo es más impresionantes por el sitio que por el mismo, tampoco es para tanto, la verdad, pero bueno, para una vez que uno llega hasta allí...

Otro de los edificios que pudimos ver (y del que no recuerdo el nombre) resultó bastante curioso. El techo del mismo está completamente llenos de otro de los símbolos de la ciudad. Dragones. Los encuentras en todos los techos, las mamparas de separación, paredes, en cuadros, en madera... dragones por todas partes. Pero este es un tanto especial. Cuando llegamos un monje estaba explicando, en japonés, el porqué es tan especial ese edificio. Mientras hablaba y gesticulaba, estaba claro que estaba haciendo algún tipo de referencia al dragón gigante del techo mientras se acercaba a dos bastones de madera. Los cogió con las manos. Los separó y los golpeó. Con fuerza. Y sonó, pero no más de lo que uno espera. Después se movió hacia otra parte del edificio y volvió a hacer lo mismo con el mismo resultado. Pero la tercera vez... se colocó bajo el dragón, junto a la zona principal del altar... ¡madre mía! el mismo golpe produjo tal resonancia que el sonido se seguía escuchando como un zumbido muchos segundos después retumbando por toda la sala. ¡El rugido de riu!

Y ya saturados de tanto edificio, tanta decoración, tanto turista llegamos al último de los templos para los que nos servía la entrada. La verdad es que no sabría explicar ni lo que vimos. Lo que si recuerdo es que había varias monjas por allí circulando con sus túnicas blancas y naranjas y poco más, ah sí, un Tori para salir y marcharnos a comer... ¡que ya toca!

Un tazón de fideos después volvíamos por la calle principal de las tiendas hacia la estación pero... en una tienda vendían dragones pintados a mano, además al momento, así que entramos a preguntar precio y nos quedamos prendados. No mucho. Tres horas y media. Quince dragones en total. Paso palabra. El caso es que cuando salimos de la tienda el pueblo estaba desierto. Nadie por las calles, las tiendas vacías, los restaurantes cerrados. ¿Y la estación? Ya dudábamos de si tendríamos tren para volver a Tokyo o no. Pero si, había uno esperándonos en la estación.

Última noche en el Aizuya, lástima.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Hacia Tokyo de nuevo

La mañana empieza con sensación de tristeza. Lo hemos pasado muy bien en Matsuyama y lo de marcharnos sabiendo que podíamos quedarnos un par de días más… no lo llevo muy bien. Pero lo justo es justo, así que tras un desayuno, unas fotos con nuestros amables anfitriones, “el comunista” se despide de la ciudad (al menos de momento).

Cogemos el tren, nos quedan unas cuantas horas de viaje, aunque vamos a hacer un parada en Himeji para ver su impresionante castillo. El camino pasa rápido hasta llegar al puente que une las dos islas. Una miriada de islotes despunta sobre el agua entre la niebla.

Al llegar, no encontramos taquillas para las mochilas hasta pasado un buen rato, pero al menos encontramos, que ya pensábamos que tendríamos que andar con ellas. Lo peor la lluvia. No para de caer y se hace bastante incómodo andar así, pero bueno, el paseo al castillo no es muy largo, lo justo para llegar calados, pero nada más.

Delante del castillo están celebrando un festival con tambores tradicionales, pero están cubiertos de plástico por la lluvia, así que desmerece un poco.

Subimos hasta el castillo para recorrerlo entero. Las salas no tienen muchas cosas para ver, claro que con toda la gente que nos agolpamos dentro tampoco caben muchas cosas más. Seguramente, si no estuviese lloviendo podríamos haber disfrutado mucho más, sobre todo de los jardines, pero bueno, es el único día que se nos estropean los planes por culpa del tiempo, así que no nos podemos quejar tampoco.

Como sopas volvemos a coger el tren con dirección a Tokyo. Unas tres horas de recorrido. Llegamos a la estación central y salimos en busca de algún sitio para dormir. Dando vueltas por Nihonbashi encontramos un restaurante español, el León, así que pensando que alguien hablaría nuestro idioma decidimos preguntar… efectivamente alguien habla castellano. Una bonita japonesa que estuvo viviendo en Sevilla un tiempo nos indica donde podemos encontrar sitio, pero no tenemos suerte. Así que volvemos al mismo sitio. Amabilidad es poco, la misma chica se encarga de meterse en Internet, buscar sitios, llamar por teléfono, preguntar, pero nada, lo único que queda son mas de 60€ por cabeza y se nos va un poco de las manos. Llamamos al Aizuya Inn de nuevo por si acaso, pero tampoco tienen habitación para cuatro. Aún así decidimos ir “al barrio” a ver si hay suerte.

Recorremos las calles del barrio en el que dormimos las dos primeras noches y conseguimos encontrar sitio para los últimos días, sólo nos faltan los dos primeros. Al entrar en el Aizuya… me saludan por mi nombre, aunque yo no pude hacer lo mismo, menudo trago. Pero menos mal. Gracias a que Su es como es, al final conseguimos sitio para dormir allí, también es verdad que cuatro en una habitación para dos, pero bueno, unas risas aseguradas y un sitio barato para dormir. Al final todo sale bien, y la charla con Su estuvo entretenida esa noche. Buen día para volver a Tokyo.

De Matsuyama a Hiroshima

Un nuevo día con excursión incluida. No empezamos muy bien, nos hemos levantado un poco más tarde de lo debido y al final por cinco minutos no hemos cogido el tren, una hora de espera en la estación. Y nos quedan 4 horas de tren hasta Hiroshima.

Cuando llegamos a Hiroshima apenas tenemos tiempo para ir a ver la zona donde cayó la bomba, el museo de la paz y salir corriendo de nuevo al siguiente sitio. Así que salimos más o menos deprisa de la estación en dirección a la zona del museo, son calles como las de cualquier otra ciudad con sus carteles en japonés, sus mendigos, un Zara, lo normal de cualquier ciudad vaya.

Al llegar al dome, el único edificio que ha quedado en pie del lugar en el que estallo la bomba atómica, la visión es algo impresionante. Un jardín, una valla y las ruinas del edificio con su cúpula medio derruida no es que te trasladen al momento en el todo sucedió, pero ayuda.

El parque está lleno de pequeños monumentos a las victimas, a los niños que sobrevivieron y después murieron de cáncer, una llama eterna… y el museo de la paz. Cuando llegamos a la puerta cruzaron por delante de nuestras caras un grupo de ancianos, todos en silla de ruedas, que no estoy seguro que fuesen victimas de aquello, pero te da que pensar. Y entramos al museo.

La primera sala intenta contar las guerras y conflictos en los que estuvo envuelto el país intentando encontrar una explicación plausible para que Japón entrase en la segunda guerra mundial. La segunda parte del museo entra de lleno en la guerra, fotografías del antes y el después de las bombas, las escuelas después del estallido… Y la tercera parte… la tercera parte no puedo explicarla, ya no me quedaba estómago para seguir viendo todo aquello y no pude por más que salir de allí como pude.

La vuelta a la estación la hicimos en autobús, más rápido, apenas nos quedaba tiempo para llegar al santuario de Itsukushima y su Torii acuático. Media hora de tren, en teoría, y después un pequeño paseo en barco para llegar hasta la isla de Miyajima. El tori puesto en mitad del agua para que entrasen por él los peregrinos que llegaban en barco. Entramos casi de los últimos al templo pero entramos.

La única pega es que la marea no está muy alta y la visión del tori en el agua no queda igual, pero el paseo por las pasarelas del templo merece la pena. Sobre todo porque a estas horas ya no hay mucha gente por allí paseando y se puede caminar tranquilo, hacer fotos… andar entre los ciervos, que también hay alguno. Y vuelta al barco, a la estación, a Hiroshima… media hora perdida entre un sitio y otro. La siguiente parada en Okayama, el último transbordo… una hora y media de espera nada más y nada menos hasta que salga el siguiente tren hasta Matsuyama. Nos acabamos de quedar sin fiesta nocturna. Sin comentarios. Al final acabamos tomando una cerveza con Javier y charlando tranquilamente un par de horas.

El día siguiente… nos vamos. Una lástima, sobre todo porque nos podíamos haber quedado un par de días más, pero bueno, haremos lo que teníamos previsto.

martes, 12 de mayo de 2009

Matsuyama 2

El segundo día. El primero después de la fiesta. Más huevos en el desayuno. Demasiado españolismo para mi gusto ya, jeje.

La idea para el día es ir a Uchiko, una aldea típica en la que aún quedan calles tradicionales donde las casas siguen manteniendo su antigua estructura, aunque también es verdad que muchas de ellas se han ido transformando en comercios para los turistas. Pero bueno. El camino para llegar, con alguna que otra parada, es muy agradable, no se ven edificios altos ni grandes ciudades, la carretera transcurre entre montes verdes salpicados de pequeños pueblos.

Y Uchiko, pues es como lo esperábamos, pero un poquito sin vida, apenas se ve gente por la calle, también es verdad que el pueblo no es muy grande y no hay mucho turismo es esta época del año. Por una parte mejor. Paseando por el pueblo llegamos a una tienda de productos típicos de la zona, encurtidos sobre todo, donde la dueña nos invita a un estupendo te verde del que doy buena cuenta. Agradecidos seguimos nuestro paseo viendo tiendas de joyas de cristal, una típica cerería donde el artesano deja que los turistas le vean mientras introduce sus manos en la cera fundida.

Y poco más. Tampoco el pueblo da para mucho más, pero ha sido agradable poder salir de la ciudad.

La siguiente parada en dirección a la costa, una playa. No hay mucha arena, no hay mucha gente, pero si hay algo de ambientillo costero, es cierto que el mercado de pescado también ayuda. Sobre todo oliendo la parrilla de pescado donde ya hay gente esperando su ración. Es curioso ver a nuestro guía, Javier, cantando cancioncillas japonesas mientras nos explica un par de "monumentos" que están junto a la arena y que están dedicados a las canciones para niños.

Hacemos alguna otra parada para ver un puente en un pequeño pueblo donde pasa un río. Bonitas vistas.

La siguiente parada es para comer. Una especie de restaurante italiano frente a la costa donde pudimos comer... arroz al curry picante y pilaf. Que me expliquen que tiene que ver con Italia, pero el caso es que está muy bueno.

Y después de comer subimos a un monte desde el que se ve todo Matsuyama, la costa, las montañas. Sakura caen, el viento sopla fuerte, el monte vive. Esa es la sensación que me llevo. Tras bajar del mirador fuimos a un templo budista escondido entre los montes. Todo tranquilidad. El bonzo despedía a algunos familiares, o donantes, o lo que fuesen mientras nosotros ascendíamos por las escaleras hasta el edificio principal del templo. Está bastante degradado por el tiempo, pero casi le da un carácter más bucólico que hace que sea más sencillo encontrar la tranquilidad que se le presupone a este tipo de sitios.

Y se acabo la ronda de visitas. Hacia Matsuyama de nuevo, pero por el camino a Javier se le ocurre una idea... podríamos ir a un Onsen. Acabamos en un hotel frente al mar, con la puesta de sol en pleno apogeo. El hotel tiene una terraza en el piso superior con tres piscinas, caliente, templada y fría desde las que se ve la puesta. Una delicia. Mientras cae la noche nos vamos quedando solos en el agua recuperándonos de los días pasados... cinco kilos menos en 10 días.

Una cena después acabamos de fiesta de nuevo, está vez más tranquila, de nuevo con las mismas japonesas que el día anterior, un te, una cerveza, una buena charla y la noche acaba.

Matsuyama 1

Llegamos tarde a la ciudad, muchas horas de tren y unos cuantos trasbordos después de salir de Nara. Al menos el viaje ha resultado muy agradable, me pasé casi todo el primer trayecto hablando con una chica muy simpática, así que no me puedo quejar.

Al llegar nos estaban esperando para llevarnos al sitio donde íbamos a dormir. Y así lo hicimos.

El día siguiente por la mañana ya nos estaban esperando para desayunar con una fuente de huevos, bacon, tostadas… muy sanote todo, pero que rico ese día. Al terminar de desayunar fuimos a dar una vuelta por el barrio, un monte cercano repleto de cerezos, todos en flor, un parque para niños, bancos… incluso una especia de replica de un castillo occidental con dos torres desde el que se ve toda la ciudad, el mar, y el auténtico castillo de Matsuyama sobre otro monte cercano. Pasamos toda la mañana paseando tranquilos hasta la hora de comer.

Ya con el desayuno hubiésemos aguantado todo el día, pero con la comida… buff, como para tres. Y por la tarde, ahora si, a conocer un poco más de la ciudad. Tenemos que agradecer que nos acompañasen y nos llevasen de un lado a otro enseñándonos todo lo que merece la pena de la ciudad, incluyendo el Templo de la Piedra-mano, Ishiteji, quizá el más interesante de la ciudad, o al menos eso nos dijeron. Pudimos ver grupos de peregrinos de los 88 templos que pasaban por allí cumpliendo con los rituales budistas, haciéndose fotos, mientras, nosotros hacíamos las nuestras paseando entre los edificios.

Al salir del templo nos dirigimos hacia el castillo. Subimos las rampas del monte a patita, que no es poco. Y con un poco de calor entramos al castillo tras hacer unas cuantas fotos del edificio, los cerezos, la gente... El castillo es curioso, pintado de blanco y negro, al estilo tradicional japonés. Pero lo cierto es que por dentro tampoco es que tenga mucho que ver, un pequeño museo con algunas piezas curiosas, alguna katana, y poco más. Casi lo más interesante es ver la ciudad desde los puestos de vigilancia de las torres del castillo y bajo ellos el parque con los cerezos.

Al salir del castillo bajamos de nuevo la rampa y nos dirigimos a la zona comercial, habíamos quedado allí para ir a cenar. Carne. Tres comidas en un solo día y la última carne. Lo cierto es que estaba todo buenísimo, incluyendo el “sushi” de carne de kobe… ¡quiero más! Y después nos invitaron a una “fiesta” a la que invitaron también a un grupo de japonesas. Música latina (como suena), cerveza… la noche resultó tan agradable como interesante. Pero como todo llega… a dormir.

jueves, 7 de mayo de 2009

Nara

Bye bye Kyoto... dejamos atrás la ciudad imperial, la vieja capital y tras mucho pensar hemos visto que no vamos a tener tiempo para ir hasta Koyasan, así que a Nara, otra de las antiguas capitales de Japón.

Con las mochilas en la espalda al final conseguimos colocarlas en unas taquillas al uso y salimos hacia la zona monumental. La calle está, como no, repleta de tiendas con todo tipo de recuerdos y acaba en la zona de las pagodas. Un pequeño lago, la pagoda de los tres pisos y la pagoda de los cinco pisos esperan tras unos escalones.

Una vez arriba, además de la pagoda hay varios edificios más, todos pertenecientes al mismo recinto en el que hay bastante gente cumpliendo con los rituales debidos, momento que aprovechamos para sacar alguna foto que otra, y como curiosidad, hay un montón de niños alimentando de sus propias manos a un grupo de ciervos. Y no es que sea casualidad, es que se han convertido en un reclamo turístico más. Varios grupos de estos rumiantes campan a sus anchas, eso si descornados todos ellos para evitar accidentes, mientras los turistas compran galletas para poder darles de comer, que eso si, como son así de civilizados a nadie se le ocurre darles otra cosa para comer.

El caso es que queda curioso ver como los ciervos van buscando las manos de la gente en busca de algo que llevarse a la boca.

Y mientras observábamos los ciervos, los templos y las pagodas nos encontramos de nuevo con Laura y Philippe, española y alemán con los que ya habíamos coincidido en Kyoto y con los que íbamos a pasar el resto del día en Nara.

Con las mismas nos dirigimos hacia la zona donde se encuentra el mayor atractivo de Nara, Todai-Ji y el Daibutsu-den. El templo que encierra la estatua sedente de Buda más grande de todo Japón. El camino está rodeado de bosque, con sus ciervos y sus tiendas para turistas. Pero al llegar al templo todo eso desaparece quedando frente al edificio rodeado de jardines. Y ya en el edificio la visión del Buda y las dos estatuas que le circundan resulta impresionante, Kannon incluida.

Aunque está repleto de turistas se respira un ambiente de calma y tranquilidad en el interior del edificio que ayuda a que te olvides de todo ello y solo te centres en Buda o en lo que quiera creer cada uno.

Rodeamos la estatua viendo otras dos de los guardianes de los puntos cardinales (las otras dos se encuentran en la entrada del recinto) y varias cabezas más de estatuas destruidas en alguna de las guerras en las que el templo se vio involucrado en tiempos.

Dejamos atrás al Daibutsu para seguir con la ruta que proponen las guías de viaje, un paseo entre bosque y más templos, la parte más tranquila de la ciudad. Casi todos los turistas dan media vuelta tras la estatua gigante. Así que pudimos aprovechar el tiempo más tranquilos para ver con calma algún que otro recinto más incluido el templo de las mil linternas, la pena es no poder verlo el día en que las encienden todas a la vez, pero aún así merece la pena. Mil de piedra, mil de metal. Kasuga Taisha.

Y ya no tenemos tiempo para más. Aún tenemos que comer y viajar hasta Matsuyama y el camino no es que sea corto precisamente. Así que lo primero es comer, que como no somos pocos resulta divertido pedir para tantos después de preguntarle a la primera mujer que vimos pasar donde podíamos llevarnos algo a la boca. Arroz al curry (que no es japonés pero lo ponen por todas partes), tempura y alguna que otra cosa más para acompañar.

Y de aquí al tren, trasbordos incluidos hasta Matsuyama. Al menos en el viaje, como no teníamos cuatro asientos juntos, acabe sentado junto a una joven japonesa con la que pude ir conversando durante un tiempo. Divertido.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Kyoto 5



El último día en Kyoto. Las visitas previstas son el castillo de Kyoto y la Ciudad Imperial. Empezamos por Nijojo, la residencia del shogun Tokugawa, que ya sabemos cómo llegar. No tiene nada que ver con lo que vimos de noche, pero tampoco está mal. Le falta algún árbol en flor pero aún así el foso y el muro impresionan. Tras entrar por la puerta principal nos dirigimos al edificio principal, la zona del palacio donde no nos dejan entrar con los trípodes, pero si dejan hacer fotos.

Lo primero que me llama la atención es el suelo. De madera, si, como casi todos, pero con un curioso sistema de alarma. Está construido de forma que cada paso que se da por los pasillos hace que la madera rechine con un sonido totalmente reconocible, lo que hacía que fuese bastante complicado hacer excursiones nocturnas por el palacio. Además las salas y sus paneles de papel están completamente decoradas por pinturas de artistas reconocidos en la época, todo motivos naturales, cerezos en flor, peonias, pinos, águilas... también es curioso ver las reproducciones que han hecho en alguna de las salas de cómo funcionaba la corte, sobre todo una en la que han colocado figuras que representan al shogun y sus consejeros recibiendo a los daimyo del reino, curioso.

Ya en el jardín, con calorcito, paseamos entre árboles y algún que otro estanque, pero sin flores, ni en el suelo ni apenas en los árboles. Pero uno de los jardines es de los más bonitos que se pueden ver por allí, un puente de piedra, un pequeño salto de agua... para quedarte horas mirando.

El timo del día es un cartelito, si alguien va que no pique, que indica... "ceremonia del té, 700 yens". De ceremonia nada de nada, un té servido en una autentica casa de té, eso si, rodeado de un bonito jardín, tampoco está de más decirlo, pero nada más. Un cuenco de te verde y un dulce de arroz con cereza y ya. Pero bueno, por intentarlo que no quede.

Con las mismas salimos del castillo a buscar el Palacio Imperial. Llegamos a un palacio neoclásico donde se encuentra ahora el gobierno municipal y que en principio nos han dicho que es donde se encuentra la ciudad en cuestión, pero nada de nada. Menos mal que al menos en el patio interior tienen unos cuantos cerezos en flor y podemos descansar bajo ellos un rato.

Y a andar por el barrio, sin rumbo fijo, de calle en calle hasta que llegamos al Jardín Nacional de Kyoto, la Ciudad Imperial. Cogemos hora para entrar en el recinto del palacio y mientras llega nuestro turno nos dirigimos hacia una zona con cerezos ya abiertos a hacer unas cuantas fotos. Está lleno de gente haciendo lo mismo, comiendo, niños jugando en los columpios, bastante bucólico todo. Y alé, como borreguitos al palacio. Una guía en inglés nos cuenta un poco la historia del sitio, el estilo de la construcción, las puertas de entrada, el uso que tuvo en su día el palacio... y después de paseo, todos juntitos, todos sin hacer caso a la guía, todos haciendo fotos... un poco guiri el tema, pero bueno. De nuevo lo mejor es el jardín con su estanque y su puente incluidos.

Al salir nos dirigimos de nuevo hacia la zona de los cerezos que están en flor, con la suerte de encontrarnos a tres geishas, bueno, una maiko, su hermana mayor y suponemos que la dueña de la okiya a la que pertenecen, pero el caso es que mientras todo el mundo estaba mirando como otra mujer les hacía fotos, llegué, pregunté y me concedieron hacerles fotografías... 90, y porque ya me daba corte seguir haciéndoles más. Menudo aguante las pobres. Y las fotos geniales.

Después de eso, con el día hecho, un descanso en el césped del jardín, un poco de chi kung y un paseo de nuevo hasta la estación para volver al barrio a comer. Pero antes un paseito hasta otra pagoda, aunque cuando llegamos, ya entrada la noche, el recinto estaba cerrado, una pena, tiene buena pinta Toji.

Y nuestra última noche en Kyoto ha llegado, un poco de comida, un par de correos a la familia, y a dormir. Mañana Koyasan o Nara, ya se verá.

martes, 5 de mayo de 2009

Kyoto 4



Otro día más en Kyoto, ya nos quedan menos, pero este hemos decidido empezar por el santuario Fushimi Inari-Taisha. Lo primero... un desayuno en la misma estación de tren, frente a Rocket Boy y la Kyoto Tower. Y después al tren, a hacer uso del Japan Rail Pass.

La parada del tren está prácticamente en el mismo Torii de entrada al recinto del santuario así que es fácil encontrarlo esta vez, además si andas torpe y no ves el tori que ya es difícil sólo tienes que seguir la marea de turistas y solucionado.

Este santuario es muy conocido por tener un camino de cuatro kilómetros bajo tori, la gente devota del santuario dona tori y los van colocando uno tras otro en el camino que une los diversos altares y edificios del recinto, así que se convierte en una curiosa visita sobre todo al principio. Pero antes de llegar tuvimos la suerte de poder ver una ceremonia shintoista, rezos y danzas incluidos en el lote, aunque en teoría no se pueden hacer fotografías directamente a los monjes y monjas.

Tras un rato viendo la ceremonia pasamos otro buen rato intentando hacernos fotos en la entrada del camino de tori, claro que eso mismo es lo que hace todo turista que se precie al llegar al sitio en cuestión. Pero bueno, con las mismas empezamos a ascender por el camino entre reflejos rojos viendo algún farol aquí y otro allá, fotos, más turistas, más altares, algún lago con sus patos... lo cierto es que el camino está curioso hacerlo, aunque después de un par de kilómetros estas de escalones y camino... Lo más interesante sin duda es alejarse lo más posible de la entrada y cada vez quedan menos turistas por el camino, así que prácticamente recorrimos los cuatro kilómetros intentando fijarnos en las diferencias entre un altar y otro, que no es fácil. Pero así vimos todo tipo de animales, figuras y estatuas, unas abrigadas, otras no... hasta que volvimos a aparecer de nuevo en la entrada del recinto.

Otra vez al tren, otra vez hacia la estación central de Kyoto y una vez allí... a patita hasta la siguiente parada... Sanjusangendo. El pabellón de las 1001 estatuas de Kannon. El recinto en sí no es gran cosa, un jardín normalito con algún que otro árbol en flor y poco más. Pero el edificio es otra cosa. Por fuera es una mole enorme de madera, con forma rectangular (que se aprovechaba antiguamente para un concurso de tiro con arco en el que ganaba el que consiguiese hacer llegar una flecha de una punta a otra del edificio) y por dentro... una maravilla. 1001 estatuas de la diosa Kannon, todas diferentes, todas distintas. Frente a ellas los 4 guardianes de los puntos cardinales y los 12 generales protectores. Las tallas son impresionantes. Y sobre todo la estatua central, Buda, no podía ser de otra manera. Lo malo es que no dejan hacer fotografías y en fin... la anécdota del día mejor que la cuente otro, pero digamos que el que salió pringando es el que escribe.

Lamentando no haber podido hacer alguna foto decente del interior nos dirigimos hacia Kiyomizu Dera, uno de los templos más característicos de Kyoto por su terraza de madera desde la que se puede ver casi toda la ciudad. Con esas mieles era de suponer que iba a estar hasta arriba de gente y no nos equivocamos, no. El camino de ascenso al templo está repleto de tiendas, gente y entre ellas, muchas mujeres, adolescentes y niñas con kimono, así que a pesar del calor resulta entretenido ir buscando modelos que posen para las fotos. Ya una vez arriba, tras unas cuantas fotos más, entramos al templo. Casi al principio hay colocado una especie de prueba de fuerza. En una especie de caja de madera hay unas sandalias, al estilo de las de buda pero, de metal. Estas se levantan sin problemas. Pero además hay una vara de hierro, que sin mucho esfuerzo se puede levantar. Pero la tercera, je. Una enorme barra de hierro que nadie y digo nadie consigue levantar por si solo. Claro que después de intentarlo nosotros aparece por allí una excursión de algún equipo deportivo que intentan levantar la barra en cuestión entre dos sin conseguirlo y claro... los españolitos al rescate... entre dos si se consigue levantar entre la algarabía de todos los presentes, ale, ya tenemos ego para otro rato más, jeje.

Efectivamente las vistas son bonitas desde la terraza, la ciudad, el jardín con sus árboles en flor incluyendo algún que otro cerezo, y casi al final de la visita, una fuente de agua en la que trae suerte hacer la ceremonia de purificación, con lo que toooodo el mundo quiere pasar por ella. Nosotros no. Seguimos por nuestro camino y nos alejamos poco a poco del templo en dirección a la estación de nuevo, hacia el sitio en el que íbamos a comer. Esta vez, comida rápida, pero nada de hamburguesas... arroz y fideos y más fideos y más arroz.

lunes, 4 de mayo de 2009

Kyoto 3

El día comenzaba como los demás, con ganas de ver nuevas cosas. Decidimos ir ese día a ver el Pabellón de Plata, Ginkakuji. Cuando comenzamos a andar tampoco teníamos muy clara la distancia que tendríamos que recorrer, así que sin prisa. Comentando lo que íbamos viendo, McDonals 24 hours incluido, nos encontramos en la puerta de un templo en cuyo interior habían puesto una especie de mercadillo, por la apariencia como si fuese de segunda mano, aunque no lo tenemos muy claro aún. El caso es que tras ver los makis que una mujer vendía justo en la puerta entramos a echar un vistazo. Mucho cacharrito para llevarte a casa si tuviésemos más dinero para gastar. Al final tras pensar en llevarme algún que otro libro acabo viendo un juego de sake en una bonita caja de madera. Le pregunto como puedo a la vendedora que con el índice se señala la palma de su mano izquierda abierta diciendo "faif, faif". Buf, cinco mil, dije yo. Y debe ser que la señora entendió lo de "mil" porque contestó en seguida..." jandred, jandred". Un tanto perplejo saqué de mi bolsillo una moneda de 500 yenes para mostrársela mientras ella asentía con una sonrisa. Así que por 500 yenes un juego de sake descansa ahora en mi casa. Salimos de allí con mi nueva caja de madera y los makis, que no se nos habían olvidado, y seguimos caminando.

Poco más allá vimos un Tori que habría paso a un camino hacia una montaña. Empezamos a subir con calma, tampoco tenemos mucha prisa. La ciudad se para, no se escucha nada, ningún ruido que te haga pensar que estas en mitad de una ciudad de millón y medio de habitantes. Tras una curva nos encontramos con una niña paseando a un perro a la que le pregunté (que ya es mucho decir) si ese camino llevaba al templo. Tras un par de intentos por hacerse entender ella misma nos acompaña hasta la misma puerta de entrada donde nos abandona mientras habla con otra señora que también estaba paseando a su mascota.

El santuario Yoshida está casi desierto, sólo una pareja rezando en uno de los altares y nosotros, los guiris de turno. Nos adentramos en el recinto por el camino de tori repleto de barras de madera con los nombres de las personas que han hecho alguna donación al templo. Recorremos todo el recinto sin que nadie nos estorbe, solos y en calma y sólo cuando ya nos marchamos aparece una familia japonesa al completo. Bajamos un poco por intuición de la colina y nos adentramos en un barrio sin indicaciones ninguna, al menos comprensibles por nosotros, y tras andar un par de calles nos encontramos con una anciana. Sumimasen... ¿Ginkaku ji?. La amable mujer empieza a hacernos indicaciones pero es bastante complicado al parecer atravesar el barrio en cuestión, así que como no le queda muy claro que hayamos conseguido entenderla nos hace indicaciones para que la sigamos y empieza a caminar. Atravesamos con ella todo el barrio, parques, calles, casas tradicionales, y diez minutos después llegamos a una calle más amplia donde la mujer nos indica que tenemos que seguir todo recto. Pocas gracias le dimos.

Tras recuperar fuerzas con un par de mochi seguimos el camino que nos lleva a un mercadillo con multitud de tiendas de comida y recuerdos turistiles, en las que picamos comprando palillos y un par de cosillas más. Lo curioso es que nos encontramos con la gente de "españoles por el mundo" que estaban esperando a una española a la que habíamos visto pasar con su kimono montada en un rickshaw. Una foto y a seguir.

Al final llegamos a Ginkakuji, aunque es un poco decepcionante. Los jardines son muy bonitos, el zen con la replica del Fujisan en el jardín de piedra está muy bien, pero el edificio lo están restaurando. Está lleno de plástico y no se puede ver nada, pero bueno, es lo que tienen las visitas turísticas, nunca sabes lo que te vas a encontrar.

Al salir del templo empezamos a caminar junto a un canal de agua que está lleno de arboles en sus orillas, cerezos, melocotoneros, ciruelo... y mucha mucha gente caminando bajo ellos, haciéndose fotos, comiendo... Recorremos el canal haciendo fotos, las mujeres con kimono posan bajo los cerezos y te agradecen que se las hagas así que para mí resultó un paseo muy agradable. Al cabo de un rato sentados en un banco dimos cuenta del makisushi que estaba buenísimo.

La siguiente parada prevista... Shinnyo-Do. Otro paseo entre casas bajas, las típicas de casi todos los barrios, calles estrechas y sin comercios apenas. La entrada al templo la tenemos que hacer subiendo "unos cuantos escalones", pero bueno, llegamos arriba un poco cansados, pero llegamos.

Un par de cerezos esperan casi abiertos y mientras algunos recuperan el aliento entro en el templo. La verdad es que sin ser budista la vista impresiona. Todo en silencio, olor a incienso en el ambiente. Así que sin más ánimo que descansar y seguir practicando me arrodillo en el tatami, dejo a mi lado el trípode y la cámara y simplemente dejo que la vista recorra el altar, las figuras todo el templo en si. Tras unos minutos pienso en sacar alguna foto así que recojo la cámara del suelo y saco un par de fotos. En eso se me acerca un bonzo, casi tímido, me mira y con gestos bastante claros me indica que puedo sacar fotografías, que no hay problema con ello, así que así lo hice, claro que no todos corrimos la misma suerte.

Salimos del templo comentando lo ocurrido en el templo, aunque no todos terminan de entenderlo del todo, creo. El caso es que mientras caminamos llegamos a Konkai-Komyoji. El templo es bastante grande y sin duda la pagoda impresiona, igual que el cementerio que tiene escondido en una ladera, pero supongo que será la acumulación la que hace que ya nos queden menos ojos para fijarnos en los detalles. Aún así nos descalzamos para entrar a ver el altar. Y, al menos yo, recorro el recinto cámara en mano para ver como un anciano estira junto a las tumbas del cementerio. Le pregunto si lo que estaba haciendo es taichi, aunque los movimientos no me suenan de nada, y su respuesta fue... no, ryukyu. Perfecto, una cosa más.

Bajamos las escaleras saliendo del templo mientras unos niños juegan con una pelota de voley.

Tras caminar otro rato más llegamos a Heian Jingu Shrine. El santuario Heian. Frente a la puerta principal hay un campo de béisbol donde se disputa un partido. Pero sin duda lo que más llama la atención del templo es el tori gigantesco que se encuentra a unos cientos de metros de la puerta del recinto. Todo pintado de rojo, al estilo chino, igual que el resto del recinto. Al entrar por la puerta lo que me llamó la atención fueron dos fuentes de purificación. Lo normal es que en estas fuentes el chorro de agua salga a través de un dragón, o que un dragón proteja el chorro en cuestión. En estas, "la norma" se cumple en una de las fuentes, la otra está protegida por un tigre. A los que les guste el taoísmo, las dualidades y demás le hubiese resultado curioso igual.

El recinto está repleto de gente, familias enteras, mujeres con kimono tradicional, monjas con sus trajes blancos y naranjas, pero demasiada masificación. Apenas te da tiempo a pasar por el altar sin sientas que estas estorbando a alguien que, a diferencia de nosotros, está allí para rezar. Pero sin duda la anécdota del templo nos ocurrió fuera del mismo. Fuera de la puerta del recinto hay una fuente más donde la gente se purifica antes de entrar, y frente a ella una pila de recipientes para las ofrendas de sake. Mientras hacíamos fotos un personaje nos debía estar observando, lo cierto es que cuatro guiris con dos cámaras llaman un poco la atención y cuando terminamos las fotos que queríamos hacer se nos acercó un chavalín rubio, con su mochila y su cámara para preguntarme si podía hacerle fotos. Le respuesta es obvia y mientras hablamos y nos cuenta que es canadiense y alguna que otra cosilla más me da la cámara, se quita la mochila de la espalda y... se quita el abrigo que llevaba puesto. No, no penseis que no llevaba nada más debajo, pero casi nos chocó más lo que si llevaba. ¡¡Un keikogi!! Osease esos kimonos que llevan los karatekas. Con su cinturón incluido, pues ni corto ni perezoso se separa un poco de la cámara y ¡se pone a hacer posturitas! Por supuesto no hace falta decir que los japoneses se pusieron a aplaudir y reír al verle, no era para menos, pero estuvo gracioso. El caso es que el chaval en cuestión estaba allí para aprender más de ryukyu en Okinawa. Ya quisieran muchos tener ese desparpajo.

Tras la visita decidimos que ya iba siendo ora de comer algo, así que bajamos hacia un restaurante de Okonomiyaki que habíamos visto antes. ¡Cosa más rica! Una plancha, un poco de masa, un montón de col china y algún que otro ingrediente (cerdo, huevos...) Para chuparse los dedos.

Y con las barrigas llenas vamos de nuevo hacia el barrio en el que dormíamos. Esta noche en otro ryokan, más pequeño, pero igual de acogedor que el anterior.