El día comenzaba como los demás, con ganas de ver nuevas cosas. Decidimos ir ese día a ver el Pabellón de Plata, Ginkakuji. Cuando comenzamos a andar tampoco teníamos muy clara la distancia que tendríamos que recorrer, así que sin prisa. Comentando lo que íbamos viendo, McDonals 24 hours incluido, nos encontramos en la puerta de un templo en cuyo interior habían puesto una especie de mercadillo, por la apariencia como si fuese de segunda mano, aunque no lo tenemos muy claro aún. El caso es que tras ver los makis que una mujer vendía justo en la puerta entramos a echar un vistazo. Mucho cacharrito para llevarte a casa si tuviésemos más dinero para gastar. Al final tras pensar en llevarme algún que otro libro acabo viendo un juego de sake en una bonita caja de madera. Le pregunto como puedo a la vendedora que con el índice se señala la palma de su mano izquierda abierta diciendo "faif, faif". Buf, cinco mil, dije yo. Y debe ser que la señora entendió lo de "mil" porque contestó en seguida..." jandred, jandred". Un tanto perplejo saqué de mi bolsillo una moneda de 500 yenes para mostrársela mientras ella asentía con una sonrisa. Así que por 500 yenes un juego de sake descansa ahora en mi casa. Salimos de allí con mi nueva caja de madera y los makis, que no se nos habían olvidado, y seguimos caminando.
Poco más allá vimos un Tori que habría paso a un camino hacia una montaña. Empezamos a subir con calma, tampoco tenemos mucha prisa. La ciudad se para, no se escucha nada, ningún ruido que te haga pensar que estas en mitad de una ciudad de millón y medio de habitantes. Tras una curva nos encontramos con una niña paseando a un perro a la que le pregunté (que ya es mucho decir) si ese camino llevaba al templo. Tras un par de intentos por hacerse entender ella misma nos acompaña hasta la misma puerta de entrada donde nos abandona mientras habla con otra señora que también estaba paseando a su mascota.
El santuario Yoshida está casi desierto, sólo una pareja rezando en uno de los altares y nosotros, los guiris de turno. Nos adentramos en el recinto por el camino de tori repleto de barras de madera con los nombres de las personas que han hecho alguna donación al templo. Recorremos todo el recinto sin que nadie nos estorbe, solos y en calma y sólo cuando ya nos marchamos aparece una familia japonesa al completo. Bajamos un poco por intuición de la colina y nos adentramos en un barrio sin indicaciones ninguna, al menos comprensibles por nosotros, y tras andar un par de calles nos encontramos con una anciana. Sumimasen... ¿Ginkaku ji?. La amable mujer empieza a hacernos indicaciones pero es bastante complicado al parecer atravesar el barrio en cuestión, así que como no le queda muy claro que hayamos conseguido entenderla nos hace indicaciones para que la sigamos y empieza a caminar. Atravesamos con ella todo el barrio, parques, calles, casas tradicionales, y diez minutos después llegamos a una calle más amplia donde la mujer nos indica que tenemos que seguir todo recto. Pocas gracias le dimos.
Tras recuperar fuerzas con un par de mochi seguimos el camino que nos lleva a un mercadillo con multitud de tiendas de comida y recuerdos turistiles, en las que picamos comprando palillos y un par de cosillas más. Lo curioso es que nos encontramos con la gente de "españoles por el mundo" que estaban esperando a una española a la que habíamos visto pasar con su kimono montada en un rickshaw. Una foto y a seguir.
Al final llegamos a Ginkakuji, aunque es un poco decepcionante. Los jardines son muy bonitos, el zen con la replica del Fujisan en el jardín de piedra está muy bien, pero el edificio lo están restaurando. Está lleno de plástico y no se puede ver nada, pero bueno, es lo que tienen las visitas turísticas, nunca sabes lo que te vas a encontrar.
Al salir del templo empezamos a caminar junto a un canal de agua que está lleno de arboles en sus orillas, cerezos, melocotoneros, ciruelo... y mucha mucha gente caminando bajo ellos, haciéndose fotos, comiendo... Recorremos el canal haciendo fotos, las mujeres con kimono posan bajo los cerezos y te agradecen que se las hagas así que para mí resultó un paseo muy agradable. Al cabo de un rato sentados en un banco dimos cuenta del makisushi que estaba buenísimo.
La siguiente parada prevista... Shinnyo-Do. Otro paseo entre casas bajas, las típicas de casi todos los barrios, calles estrechas y sin comercios apenas. La entrada al templo la tenemos que hacer subiendo "unos cuantos escalones", pero bueno, llegamos arriba un poco cansados, pero llegamos.
Un par de cerezos esperan casi abiertos y mientras algunos recuperan el aliento entro en el templo. La verdad es que sin ser budista la vista impresiona. Todo en silencio, olor a incienso en el ambiente. Así que sin más ánimo que descansar y seguir practicando me arrodillo en el tatami, dejo a mi lado el trípode y la cámara y simplemente dejo que la vista recorra el altar, las figuras todo el templo en si. Tras unos minutos pienso en sacar alguna foto así que recojo la cámara del suelo y saco un par de fotos. En eso se me acerca un bonzo, casi tímido, me mira y con gestos bastante claros me indica que puedo sacar fotografías, que no hay problema con ello, así que así lo hice, claro que no todos corrimos la misma suerte.
Salimos del templo comentando lo ocurrido en el templo, aunque no todos terminan de entenderlo del todo, creo. El caso es que mientras caminamos llegamos a Konkai-Komyoji. El templo es bastante grande y sin duda la pagoda impresiona, igual que el cementerio que tiene escondido en una ladera, pero supongo que será la acumulación la que hace que ya nos queden menos ojos para fijarnos en los detalles. Aún así nos descalzamos para entrar a ver el altar. Y, al menos yo, recorro el recinto cámara en mano para ver como un anciano estira junto a las tumbas del cementerio. Le pregunto si lo que estaba haciendo es taichi, aunque los movimientos no me suenan de nada, y su respuesta fue... no, ryukyu. Perfecto, una cosa más.
Bajamos las escaleras saliendo del templo mientras unos niños juegan con una pelota de voley.
Tras caminar otro rato más llegamos a Heian Jingu Shrine. El santuario Heian. Frente a la puerta principal hay un campo de béisbol donde se disputa un partido. Pero sin duda lo que más llama la atención del templo es el tori gigantesco que se encuentra a unos cientos de metros de la puerta del recinto. Todo pintado de rojo, al estilo chino, igual que el resto del recinto. Al entrar por la puerta lo que me llamó la atención fueron dos fuentes de purificación. Lo normal es que en estas fuentes el chorro de agua salga a través de un dragón, o que un dragón proteja el chorro en cuestión. En estas, "la norma" se cumple en una de las fuentes, la otra está protegida por un tigre. A los que les guste el taoísmo, las dualidades y demás le hubiese resultado curioso igual.
El recinto está repleto de gente, familias enteras, mujeres con kimono tradicional, monjas con sus trajes blancos y naranjas, pero demasiada masificación. Apenas te da tiempo a pasar por el altar sin sientas que estas estorbando a alguien que, a diferencia de nosotros, está allí para rezar. Pero sin duda la anécdota del templo nos ocurrió fuera del mismo. Fuera de la puerta del recinto hay una fuente más donde la gente se purifica antes de entrar, y frente a ella una pila de recipientes para las ofrendas de sake. Mientras hacíamos fotos un personaje nos debía estar observando, lo
cierto es que cuatro guiris con dos cámaras llaman un poco la atención y cuando terminamos las fotos que queríamos hacer se nos acercó un chavalín rubio, con su mochila y su cámara para preguntarme si podía hacerle fotos. Le respuesta es obvia y mientras hablamos y nos cuenta que es canadiense y alguna que otra cosilla más me da la cámara, se quita la mochila de la espalda y... se quita el abrigo que llevaba puesto. No, no penseis que no llevaba nada más debajo, pero casi nos chocó más lo que si llevaba. ¡¡Un keikogi!! Osease esos kimonos que llevan los karatekas. Con su cinturón incluido, pues ni corto ni perezoso se separa un poco de la cámara y ¡se pone a hacer posturitas! Por supuesto no hace falta decir que los japoneses se pusieron a aplaudir y reír al verle, no era para menos, pero estuvo gracioso. El caso es que el chaval en cuestión estaba allí para aprender más de ryukyu en Okinawa. Ya quisieran muchos tener ese desparpajo.
Tras la visita decidimos que ya iba siendo ora de comer algo, así que bajamos hacia un restaurante de Okonomiyaki que habíamos visto antes. ¡Cosa más rica! Una plancha, un poco de masa, un montón de col china y algún que otro ingrediente (cerdo, huevos...) Para chuparse los dedos.
Y con las barrigas llenas vamos de nuevo hacia el barrio en el que dormíamos. Esta noche en otro ryokan, más pequeño, pero igual de acogedor que el anterior.
Poco más allá vimos un Tori que habría paso a un camino hacia una montaña. Empezamos a subir con calma, tampoco tenemos mucha prisa. La ciudad se para, no se escucha nada, ningún ruido que te haga pensar que estas en mitad de una ciudad de millón y medio de habitantes. Tras una curva nos encontramos con una niña paseando a un perro a la que le pregunté (que ya es mucho decir) si ese camino llevaba al templo. Tras un par de intentos por hacerse entender ella misma nos acompaña hasta la misma puerta de entrada donde nos abandona mientras habla con otra señora que también estaba paseando a su mascota.

Tras recuperar fuerzas con un par de mochi seguimos el camino que nos lleva a un mercadillo con multitud de tiendas de comida y recuerdos turistiles, en las que picamos comprando palillos y un par de cosillas más. Lo curioso es que nos encontramos con la gente de "españoles por el mundo" que estaban esperando a una española a la que habíamos visto pasar con su kimono montada en un rickshaw. Una foto y a seguir.
Al final llegamos a Ginkakuji, aunque es un poco decepcionante. Los jardines son muy bonitos, el zen con la replica del Fujisan en el jardín de piedra está muy bien, pero el edificio lo están restaurando. Está lleno de plástico y no se puede ver nada, pero bueno, es lo que tienen las visitas turísticas, nunca sabes lo que te vas a encontrar.
Al salir del templo empezamos a caminar junto a un canal de agua que está lleno de arboles en sus orillas, cerezos, melocotoneros, ciruelo... y mucha mucha gente caminando bajo ellos, haciéndose fotos, comiendo... Recorremos el canal haciendo fotos, las mujeres con kimono posan bajo los cerezos y te agradecen que se las hagas así que para mí resultó un paseo muy agradable. Al cabo de un rato sentados en un banco dimos cuenta del makisushi que estaba buenísimo.
La siguiente parada prevista... Shinnyo-Do. Otro paseo entre casas bajas, las típicas de casi todos los barrios, calles estrechas y sin comercios apenas. La entrada al templo la tenemos que hacer subiendo "unos cuantos escalones", pero bueno, llegamos arriba un poco cansados, pero llegamos.
Un par de cerezos esperan casi abiertos y mientras algunos recuperan el aliento entro en el templo. La verdad es que sin ser budista la vista impresiona. Todo en silencio, olor a incienso en el ambiente. Así que sin más ánimo que descansar y seguir practicando me arrodillo en el tatami, dejo a mi lado el trípode y la cámara y simplemente dejo que la vista recorra el altar, las figuras todo el templo en si. Tras unos minutos pienso en sacar alguna foto así que recojo la cámara del suelo y saco un par de fotos. En eso se me acerca un bonzo, casi tímido, me mira y con gestos bastante claros me indica que puedo sacar fotografías, que no hay problema con ello, así que así lo hice, claro que no todos corrimos la misma suerte.
Salimos del templo comentando lo ocurrido en el templo, aunque no todos terminan de entenderlo del todo, creo. El caso es que mientras caminamos llegamos a Konkai-Komyoji. El templo es bastante grande y sin duda la pagoda impresiona, igual que el cementerio que tiene escondido en una ladera, pero supongo que será la acumulación la que hace que ya nos queden menos ojos para fijarnos en los detalles. Aún así nos descalzamos para entrar a ver el altar. Y, al menos yo, recorro el recinto cámara en mano para ver como un anciano estira junto a las tumbas del cementerio. Le pregunto si lo que estaba haciendo es taichi, aunque los movimientos no me suenan de nada, y su respuesta fue... no, ryukyu. Perfecto, una cosa más.
Bajamos las escaleras saliendo del templo mientras unos niños juegan con una pelota de voley.
Tras caminar otro rato más llegamos a Heian Jingu Shrine. El santuario Heian. Frente a la puerta principal hay un campo de béisbol donde se disputa un partido. Pero sin duda lo que más llama la atención del templo es el tori gigantesco que se encuentra a unos cientos de metros de la puerta del recinto. Todo pintado de rojo, al estilo chino, igual que el resto del recinto. Al entrar por la puerta lo que me llamó la atención fueron dos fuentes de purificación. Lo normal es que en estas fuentes el chorro de agua salga a través de un dragón, o que un dragón proteja el chorro en cuestión. En estas, "la norma" se cumple en una de las fuentes, la otra está protegida por un tigre. A los que les guste el taoísmo, las dualidades y demás le hubiese resultado curioso igual.
El recinto está repleto de gente, familias enteras, mujeres con kimono tradicional, monjas con sus trajes blancos y naranjas, pero demasiada masificación. Apenas te da tiempo a pasar por el altar sin sientas que estas estorbando a alguien que, a diferencia de nosotros, está allí para rezar. Pero sin duda la anécdota del templo nos ocurrió fuera del mismo. Fuera de la puerta del recinto hay una fuente más donde la gente se purifica antes de entrar, y frente a ella una pila de recipientes para las ofrendas de sake. Mientras hacíamos fotos un personaje nos debía estar observando, lo

Tras la visita decidimos que ya iba siendo ora de comer algo, así que bajamos hacia un restaurante de Okonomiyaki que habíamos visto antes. ¡Cosa más rica! Una plancha, un poco de masa, un montón de col china y algún que otro ingrediente (cerdo, huevos...) Para chuparse los dedos.
Y con las barrigas llenas vamos de nuevo hacia el barrio en el que dormíamos. Esta noche en otro ryokan, más pequeño, pero igual de acogedor que el anterior.
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