El segundo día. El primero después de la fiesta. Más huevos en el desayuno. Demasiado españolismo para mi gusto ya, jeje.
La idea para el día es ir a Uchiko, una aldea típica en la que aún quedan calles tradicionales donde las casas siguen manteniendo su antigua estructura, aunque también es verdad que muchas de ellas se han ido transformando en comercios para los turistas. Pero bueno. El camino para llegar, con alguna que otra parada, es muy agradable, no se ven edificios altos ni grandes ciudades, la carretera transcurre entre montes verdes salpicados de pequeños pueblos.
Y Uchiko, pues es como lo esperábamos, pero un poquito sin vida, apenas se ve gente por la calle, también es verdad que el pueblo no es muy grande y no hay mucho turismo es esta época del año. Por una parte mejor. Paseando por el pueblo llegamos a una tienda de productos típicos de la zona, encurtidos sobre todo, donde la dueña nos invita a un estupendo te verde del que doy buena cuenta. Agradecidos seguimos nuestro paseo viendo tiendas de joyas de cristal, una típica cerería donde el artesano deja que los turistas le vean mientras introduce sus manos en la cera fundida.
Y poco más. Tampoco el pueblo da para mucho más, pero ha sido agradable poder salir de la ciudad.
La siguiente parada en dirección a la costa, una playa. No hay mucha arena, no hay mucha gente, pero si hay algo de ambientillo costero, es cierto que el mercado de pescado también ayuda. Sobre todo oliendo la parrilla de pescado donde ya hay gente esperando su ración. Es curioso ver a nuestro guía, Javier, cantando cancioncillas japonesas mientras nos explica un par de "monumentos" que están junto a la arena y que están dedicados a las canciones para niños.
Hacemos alguna otra parada para ver un puente en un pequeño pueblo donde pasa un río. Bonitas vistas.
La siguiente parada es para comer. Una especie de restaurante italiano frente a la costa donde pudimos comer... arroz al curry picante y pilaf. Que me expliquen que tiene que ver con Italia, pero el caso es que está muy bueno.
Y después de comer subimos a un monte desde el que se ve todo Matsuyama, la costa, las montañas. Sakura caen, el viento sopla fuerte, el monte vive. Esa es la sensación que me llevo. Tras bajar del mirador fuimos a un templo budista escondido entre los montes. Todo tranquilidad. El bonzo despedía a algunos familiares, o donantes, o lo que fuesen mientras nosotros ascendíamos por las escaleras hasta el edificio principal del templo. Está bastante degradado por el tiempo, pero casi le da un carácter más bucólico que hace que sea más sencillo encontrar la tranquilidad que se le presupone a este tipo de sitios.
Y se acabo la ronda de visitas. Hacia Matsuyama de nuevo, pero por el camino a Javier se le ocurre una idea... podríamos ir a un Onsen. Acabamos en un hotel frente al mar, con la puesta de sol en pleno apogeo. El hotel tiene una terraza en el piso superior con tres piscinas, caliente, templada y fría desde las que se ve la puesta. Una delicia. Mientras cae la noche nos vamos quedando solos en el agua recuperándonos de los días pasados... cinco kilos menos en 10 días.
Una cena después acabamos de fiesta de nuevo, está vez más tranquila, de nuevo con las mismas japonesas que el día anterior, un te, una cerveza, una buena charla y la noche acaba.
La idea para el día es ir a Uchiko, una aldea típica en la que aún quedan calles tradicionales donde las casas siguen manteniendo su antigua estructura, aunque también es verdad que muchas de ellas se han ido transformando en comercios para los turistas. Pero bueno. El camino para llegar, con alguna que otra parada, es muy agradable, no se ven edificios altos ni grandes ciudades, la carretera transcurre entre montes verdes salpicados de pequeños pueblos.

Y poco más. Tampoco el pueblo da para mucho más, pero ha sido agradable poder salir de la ciudad.
La siguiente parada en dirección a la costa, una playa. No hay mucha arena, no hay mucha gente, pero si hay algo de ambientillo costero, es cierto que el mercado de pescado también ayuda. Sobre todo oliendo la parrilla de pescado donde ya hay gente esperando su ración. Es curioso ver a nuestro guía, Javier, cantando cancioncillas japonesas mientras nos explica un par de "monumentos" que están junto a la arena y que están dedicados a las canciones para niños.
Hacemos alguna otra parada para ver un puente en un pequeño pueblo donde pasa un río. Bonitas vistas.
La siguiente parada es para comer. Una especie de restaurante italiano frente a la costa donde pudimos comer... arroz al curry picante y pilaf. Que me expliquen que tiene que ver con Italia, pero el caso es que está muy bueno.


Una cena después acabamos de fiesta de nuevo, está vez más tranquila, de nuevo con las mismas japonesas que el día anterior, un te, una cerveza, una buena charla y la noche acaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario